César Enrique Pineda
En las últimas décadas, en América Latina emergieron movimientos sociopolíticos de sectores, pueblos y clases subalternas que reorientaron su acción organizativa y de movilización con novedosas formas de organización. El centro de su acción colectiva se enfoca no sólo en la protesta social, sino también en lo que podemos describir como procesos de fundación, reconstrucción o reordenamiento de estructuras comunitarias como vía sociopolítica para la sobrevivencia en común; en ocasiones, además, su acción colectiva es expresión radical de autonomía frente a poderes estatales, mercantiles, criminales, caciquiles, entre muchos otros.
Estos movimientos son expresión de nuevas formas de hacer política, en tanto organizan y politizan las necesidades más urgentes de sectores precarizados y erigen o actualizan redes y estructuras comunitarias, de parentesco y trabajo en común que forman o construyen —no sin tensiones y contradicciones— verdaderos “mundos de vida” y nuevas socialidades alternativas.
En esta oleada de autoorganización y lucha popular emergió la noción de autonomía como referente de una politicidad distinta, como un horizonte más allá de lo establecido, como proyecto de emancipación. Muchos movimientos utilizaron el concepto, reinventándolo en cada práctica, en cada transformación desde abajo. Otros lo llamaron poder popular o recuperaron el concepto de autogestión; las resonancias de que, a pesar de sus enormes diferencias e historicidades, esas prácticas tenían también equivalencias, similitudes y paralelismos, nos hicieron ver que en la rica diversidad de luchas hay un horizonte de transformación común.
Fábricas recuperadas, bachilleratos autogestionados, policías comunitarias, juntas de buen gobierno, educación popular, rondas comunales, reconstrucción de gobiernos indígenas, comunas, todos remiten conceptual o teóricamente a las relaciones de poder frente al capital y el Estado y, en especial, a una dimensión poco visible de lo político: la capacidad de reproducir la vida material y simbólica, que permite a las colectividades dirigir sus propias vidas.
Durante más de una década hemos indagado sobre estos movimientos y sus prácticas, muchas veces comunitarias, no como objeto de investigación sino como saberes para la emancipación; como movimientos reales que cambian al mundo, transformando las relaciones de quienes los integran de manera radical, como experiencias de las que podemos aprender, para organizarnos y luchar.
En nuestra reflexión previa, presentada en el libro Pensar las autonomías. Alternativas de emancipación al capital y el Estado, partimos de la premisa de que la autonomía se había desplegado desde tres tradiciones e historias de lucha y movilización: el anarquismo, la resistencia indígena y el marxismo en sus tendencias libertarias. Es decir, que el concepto era parte de una larga tradición de reflexividad y debate entre militantes, organizaciones, pero sobre todo, fruto de luchas vivas a lo largo de los siglos xix y xx. Bajo esta premisa convocamos a una veintena de colaboradores a Pensar las autonomías desde una perspectiva teórica. Destaco algunos aprendizajes teóricos propios —no exhaustivamente— que me parecen coordenadas decisivas para comprender la(s) autonomía(s) hoy.
- La autonomía es una relación de poder. Así, puede entenderse la autonomía con una doble faceta: como independencia del poder dominante, y como proceso, prefiguración y horizonte de una sociedad alternativa al capital (Modonesi, 2011). Esto significa independencia material y subjetiva de las clases dominantes, o bien, el proceso por el cual las clases subalternas se ponen de pie y experimentan desde ahora nuevas formas de relaciones sociales que anuncian un mundo otro. Si desde el hoy se cambia el mundo cambiando sus relaciones de poder, la revolución vista como gran toma del poder queda al menos cuestionada.
- La autonomía como estrategia de resistencia ha implicado en los pueblos indios un proyecto de reconstrucción de sus propias capacidades y estructuras políticas, haciéndolos emerger como actores sociales con un proyecto propio. El cuidado y la regeneración de sus propias formas productivas, y la conservación, actualización y superación de sus modos políticos de organización, representan quizás uno de los proyectos políticos más poderosos del continente. El hecho de que los pueblos indios se alzaran por fuera de los esquemas de la izquierda tradicional por lo menos cuestiona al obrerismo más ortodoxo (López y Rivas, 2011).
- La autonomía es el control del trabajo propio, del hacer concreto que reproduce la vida. El capital es el control y reproducción del trabajo abstracto convertido en mercancía. Así, autoactividad implica control sobre lo que se hace y sus fines. La dominación capitalista captura esa direccionalidad para guiarla hacia la máxima acumulación (Holloway, 2011). Controlar nuestro hacer en colectivo recupera nuestra capacidad de decisión sobre nuestras vidas, nuestra libertad para darnos rumbo. Por lo que, la noción de autodeterminación es decisiva en esta perspectiva, ya que sujetos autodeterminados son, por supuesto, sujetos autónomos del capital. Esta visión cuestiona el poder y el gobierno de otros y promueve el gobierno de sí mismos.
- A la noción de autoactividad, que clarifica la autonomía del trabajo, podemos agregar el concepto de autorregulación, que implica las capacidades del sujeto colectivo para normar su propia vida y los flujos de conflictividad inherentes a ella (Gutiérrez, 2011). Autorregulación es la capacidad colectiva de deliberar, decidir, apropiarse de lo político y de los asuntos comunes. Regular el poder propio es la capacidad más importante de un sujeto colectivo, que se disuelve si no logra establecer sus propias formas y modos de politicidad. A partir de su práctica, la autorregulación cuestiona las relaciones de exterioridad y verticalidad clásicas de las formas políticas estatales.
Ahora bien, partiendo de estas reflexiones abstractas sobre el poder, el capital, el Estado y la autonomía postulo algunas tesis propias sobre los procesos autonómicos:
- La autonomía, en síntesis, es poder propio, poder autodirigido. Dicho poder no se erige por decreto; siempre es un proceso inacabado, contradictorio, limitado, constreñido en medio de los flujos del mercado y los poderes estatales. Es proceso de autonomización, que no se restringe a la independencia de partidos, del Estado o de las ideas dominantes, ni sólo a un horizonte de transformación por fuera de esas vías.
- La autonomía, o mejor la autonomización, no se limita a habilitar las capacidades colectivas de autodirección; además, permite la liberación de la potencia social del trabajo para re- producir la vida en colectivo de un modo alterno al mercado y el Estado. La autonomía es despliegue liberado de la propia potencia productiva y reproductiva de manera autodirigida. Las capacidades colectivas, productivas y reproductivas, de innovación y creación, van más allá del trabajo en su forma mercantil-capitalista.
- La comunidad es una de las posibles formas de la autonomía. Es una relación social. Se produce comunidad al establecer ciertas prácticas, vínculos y haceres en común. La forma comunidad se integra a partir de relaciones de cooperación, reciprocidad y compartición del trabajo. Es decir, estas prácticas comunales son formas de vínculo y organización para el hacer en común. Las comunidades reproducen la vida de manera integral, ya que articulan los mundos productivo y el reproductivo, este último basado en el habitar en común. El habitar en común integra el cuidado, la protección, los saberes y otras dimensiones de la reproducción.
- Organizar el trabajo, habitar y la reproducción en colectivo necesariamente requieren autorregulación, es decir, el gobierno de sí mismos de manera autodeterminada. Es por ello que la comunidad deviene como potencial producción de autonomía, al controlar su propia reproducción material y simbólica. No obstante, la emergencia de la comunidad autónoma implica un proceso de autotransformación y de ruptura e independencia de los poderes que la atan, la constriñen o la dominan. En ese proceso, la comunidad deviene movimiento comunitario, en búsqueda de autonomía material y política, pudiendo hilvanar, además, escalas inter y supracomunales en un horizonte de autodeterminación. La unidad básica de la autonomía es la comunidad, pero no toda comunidad es autónoma.
- Existen otros modos de autonomía material y política. Las prácticas históricas pasadas y presentes del movimiento obrero en esa orientación fueron llamadas autogestión. La unidad básica de la autonomía obrera es el consejo. Ésta es la apropiación colectiva de la capacidad productiva fabril que hace emerger un sujeto colectivo que la dirige. La autoges- tión toma el control de la producción social del entramado productivo. La comunidad, en cambio, asegura la reproducción de la vida de sus integrantes. Son dos modos distintos a partir de los cuales emergen sujetos colectivos que toman las riendas de sus vidas en sus manos. A ello habría que añadir la forma comuna.
Desde esta visión se abre un universo de saberes, prácticas y experiencias de otros modos de lo político de las que aprendemos nuevas formas de organización social. Necesitamos conocer dichas prácticas por su capacidad heurística: nos ayudan a aprender cómo se cambia al mundo, o mejor, cómo los sujetos subordinados, humillados, precarizados, se ponen de pie, alzan la voz, toman el control de sus propias vidas y emergen como colectividades emancipadas.
Consejos, comunidades y comunas no son formulaciones teóricas utópicas. Existieron o existen como prácticas reales que cambian al mundo. De esas prácticas reales hablamos en este segundo volumen, Pensar las autonomías. Expe- riencias de autogestión, poder popular y autonomía.
A diferencia de nuestro primer volumen, estrictamente teórico, en este segundo trabajo nos convocamos a mostrar algunas de las prácticas autónomas de América Latina y Europa, a sabiendas de que existe una constelación de experiencias en todo el orbe. Asimismo, este volumen es una respuesta al diálogo generado por Pensar las autonomías, que se distribuyó entre numerosas perso- nas interesadas en los procesos autonómicos, pero también entre movimientos, luchas, resistencias que nos pidieron presentar esas experiencias reales.
Así, hemos reunido 16 experiencias de autonomía integral o parcial, de autogobierno, de comunidades rurales y urbanas, que muestran la potencia social de la organización autodirigida, del gobierno de sí mismos y no sobre otros.
Hemos organizado tres grandes secciones de esta compilación: 1) Experiencias urbanas de autonomía; 2) Procesos de la repro- ducción colectiva en la educación, la protección, la comunicación y la producción y 3) Formas de autogobierno comunitario.
La primera sección reúne experiencias que, por su práctica, anuncian la posibilidad de la comunidad urbana. Es el trabajo de Raúl Zibechi sobre la Cooperativa Acapatzingo en Ciudad de México, un proceso paradigmático y muy avanzado de autonomía urbana. Una de las experiencias más ricas, no sólo de México sino también de América Latina. La densidad organizativa y la posibilidad de constituir comunidades en la periferia urbana entre las clases populares es un poderoso ejemplo de las prácticas colectivas comunales en la ciudad. Acapatzingo es una radical experiencia de autonomía que rechaza por completo la injerencia estatal y partidaria, al tiempo que asegura la vida material y simbólica de quienes integran la Organización Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente.
En el otro extremo decidimos incluir la experiencia de las comunas urbanas en Venezuela. Dario Azzellini, describe la organización del poder popular que, aun siendo impulsada desde la estructura estatal, muestra una participación desde abajo sin pre- cedentes. Ambas experiencias nos llevan a cuestionar por completo los límites de la organización popular en las ciudades, ya que abren un horizonte encubierto por el hecho de haber naturalizado la ciudad como un territorio de individualidades de mercado. Desde muy distintos puntos de partida, estas experiencias señalan que las clases populares pueden levantarse con su propia organización, constituyendo otras politicidades y modos de poder. Comparar estas experiencias mostrará al lector una verdadera ruptura con lo que creemos posible sobre la autonomía en las ciudades.
A su vez, incorporamos experiencias europeas sobre parques y teatros gestionados colectivamente como procesos que nos permiten ver también los alcances y los límites de lo común en la ciudad. Stavros Stavrides desde Grecia, en plena crisis estatal y del mercado, nos muestra al emblemático parque ocupado Navarinou y Chiara Belingardi hace lo propio en el caso de un teatro ocupado en Roma, Italia.
Si muchos de los procesos urbanos hablan de la ocupación y la recuperación de espacios para lo común, así como de la posibilidad de construcción de un poder urbano alternativo, las necesidades colectivas y la gestión de la ciudad son también la clave para muchas de estas experiencias. Completa esta sección la historia del Movimiento de los Sin Techo en Brasil, a cargo de Débora Goulart.
La autonomía, lo común, la reproducción social en la ciudad, la comunidad urbana, aparecen en todos estos trabajos no como disertaciones abstractas sino como experiencias vivas que dan cuenta de la enorme potencia de la gente común organizándose y construyendo mundos otros en las urbes.
La segunda parte del libro reúne lo que bien podríamos llamar movimientos de la reproducción. Es decir, colectividades y comunidades en movimiento empecinadas en transformar sus ámbitos productivos —como en el caso de los Sin Tierra—, y reproductivos. En ocasiones, la autonomía se piensa como imposible si no se tiene el control territorial y agroproductivo. Aunque estas di- mensiones son decisivas para conformar la base material de un poder autónomo, lo cierto es que, en América Latina, muchos movimientos avanzan a pasos agigantados en la dimensión repro- ductiva: los saberes, la protección y la seguridad comunitaria, la comunicación popular.
Castoriadis ya había hablado de autonomía parcial e integral. Si regresamos a lo que hemos mencionado como procesos de autonomización, éstos no necesariamente tienen siempre las con- diciones de la autonomía integral, que aseguraría el control pro- ductivo y/o territorial, como ocurre en el caso de las experiencias autonómicas más avanzadas. Cuando pensamos en autonomía parcial, es decir, en el gradual control autodirigido de ciertas dimensiones de la reproducción social, muchas de estas experiencias nos permiten vislumbrar caminos posibles de emancipación.
Recuperar el control de la educación, de los saberes, y en especial, del modo y la forma en que aprendemos en colectivo, constituye un cambio radical, visible tanto en las experiencias de los bachille- ratos populares argentinos, como en las experiencias masivas de educación en los conocidos procesos del Movimiento Sin Tierra en Brasil y de las comunidades zapatistas. Todos los trabajos dan cuenta de una revolución en curso sobre cómo pensar y realizar procesos educativos cuyo cambio sustantivo no está solo en los contenidos y métodos sino esencialmente en la centralidad de lo colectivo como plataforma para una educación muy otra. Sobre esto tratan los excelentes trabajos de César Ortega, de Bruno Ba- ronnet y de los Compañeros y compañeras de los Bachilleratos Populares del Movimiento Popular la Dignidad.
Las experiencias indígenas de autoorganización de la protección comunitaria son procesos asombrosos de participación y de emergencia de capacidades colectivas que, en medio de la violen- cia, visibilizan la necesidad urgente de sobrevivir. La protección es una función social básica para la reproducción. Acostumbrados a sus formas estatales podemos observar impresionantes mecanis- mos, dispositivos, formas, relaciones, vínculos e instituciones co- munales orientados a hacer emerger estos sistemas comunitarios de seguridad y de justicia. Es el caso de las rondas comunitarias de Perú, estudiado por Leif Korsbaek y Marcela Barrios Luna. Debe- mos añadir la importancia de la defensa de la tierra y el territorio como base material para la construcción autonómica, dimensión analizada en el trabajo de Giovanna Gasparello.
La educación y la seguridad como dos grandes ejes de esta sección se complementan con los trabajos “Comunas rurales y urbanas. Potencialidades y límites de la experiencia de autonomía en el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra”, de Alexander Maximilian Hilsenbeck Filho y Luciana Henrique da Silva en la dimensión productiva; y, en el ámbito comunicacional colectivo y popular, con la interesante experiencia narrada por Ana Lúcia Nunes de Sousa y un trabajo más de Jaime Martínez Luna.
Por último quisimos cerrar la compilación con dos poderosas experiencias autónomas analizando su dimensión gubernativa y la base material que las sostiene. Son los casos de Cherán y de las Juntas de Buen Gobierno zapatistas. Podemos afirmar que son algunas de las experiencias del movimiento indígena más avanzadas en México que, por su sofisticación, hablan de una capacidad de reinvención de lo gubernativo. La participación desde abajo en el autogobierno es realmente extraordinaria. Los pueblos indígenas muestran la potencia a partir de la que emergen sujetos colectivos con capacidad de regularse a sí mismos. Es la potencia de la autonomía, y por tanto de la emancipación, es decir, de la liberación de cualquier mando ajeno; del desprendimiento no sólo organizativo e institucional sino de horizonte, formas y modos de ejercer el poder.
En el caso de Cherán, Salvador Torres en primer lugar, narra los antecedentes del gobierno comunal; luego, Edgars Martínez insiste en la base material del gobierno comunitario. Cierra la sección Odín Ávila, quien desmenuza la institucionalidad alternativa y comunal de las Juntas de Buen Gobierno zapatistas, que son, sin lugar a dudas, la creación de poder desde abajo más importante del planeta.
Hemos reunido estos trabajos siendo muy conscientes del debate que tiene lugar en el autonomismo y de las críticas de la izquierda hegemónica sobre estas formas de movilización y emancipación popular, indígena, campesina y multitudinaria. Enunciamos tres posibles contradicciones que señalan sobre estos procesos: 1) son experiencias focalizadas y no viables para los grandes sectores sociales nacionales; 2) no disputan el poder en el terreno estatal y por tanto dejan abiertos los cauces para que las fuerzas reaccionarias, de derecha, así como los representantes del capital, ocupen los espacios decisivos que pautan el rumbo nacional; 3) en la disputa por la hegemonía mundial la forma Estado es decisiva en la batalla contra las fuerzas descomunales del desplie- gue capitalista.
Aunque estos debates no serán tratados aquí, sino quizás en una futura publicación específica al respecto, sólo quiero destacar una breve reflexión en torno a estas críticas. La lucha por la hegemonía se centra en los movimientos tácticos y estratégicos orientados a combatir y vencer políticamente a un adversario. La lucha por la autonomía se enfoca en el proceso desde el cual los dominados, los subalternos, recuperan su capacidad como sujetos. La hegemonía asume un horizonte para gobernar a otros. La autonomía se orienta hacia el horizonte del autogobierno.
Política hegemónica y política de la autodeterminación (basada en la producción de comunidad, consejos o comunas) son distintas formas de lo político. Una política de lo propio —que proviene de la esfera comunal, de los asuntos directos— difiere de la política por el control de la totalidad dominante.
Si, como dice E.P. Thompson, la clase se forma en la lucha, podemos decir que la comunidad se integra en el trabajo para reproducir la vida. El sujeto que combate se forja en el antagonismo. El sujeto que cuida la vida se funda en la autonomía, en su propia potencia para reproducir la vida. El primero lucha, derrota o es derrotado en la lógica político-estratégica de poder que emula las maniobras militares. El segundo se reapropia de las condiciones de su propia reproducción, les da forma y figura, y busca relaciones libres de dominación.
Este libro, estas experiencias, estos movimientos, estas autonomías, se centran, por supuesto, en la segunda dimensión. No queremos decir con ello que dichas experiencias no luchen o no surjan del antagonismo con las élites dominantes, sino más bien que durante 200 años la izquierda se centró en las estrategias hegemónicas, pero no en la dimensión radical de la transformación emancipatoria. Pensamos que todos podemos y debemos aprender de ellas, aunque en apariencia sean frágiles, débiles, incluso pequeñas y marginales. Ahí se tejen nuevos mundos.
Pensamos que también debemos priorizar el proceso que transforma a las clases subalternas en hombres y mujeres realizándose, siendo sujetos colectivos de otra forma de lo político. Las experiencias de autonomía logran reducir las dosis de dominación, permitiendo el mayor despliegue posible del sujeto dentro de un marco de constreñimiento. Es la política autónoma de sujetos contradictorios que han ido ensanchando lo dado y creando un nuevo sentido, en colectivo. Se trata de un proceso en el que se libera la potencia de lo social y la gente sencilla y humilde aumenta su poder sobre el control efectivo de las decisiones que afectan su vida; en el que se habilitan sus capacidades para operar en la esfera política y aumenta su capacidad de acción sobre sus propia vida; experimentando, conociendo y ejerciendo su hacer en co- mún y nuevas relaciones sociales.
Es pues, la emergencia y la liberación de la potencia de los su- jetos, que no puede evaluarse ni ser cuantificada en términos de las estrategias de cambio societal a gran escala. La autonomía se basa en la certeza de que los de abajo son sujetos con potencia de cambio radical; de que ellos mismos pueden autodirigirse y de que su emancipación significa su despliegue como sujetos autónomos. Autonomía es cambiar las relaciones sociales de sujetos concretos y situados, abriendo la posibilidad para ese despliegue. Es la confianza en los de abajo y en que en ellos existe ya el germen de un nuevo mundo.
César Enrique Pineda
Ciudad de México, diciembre de 2020
Referencias
- Gutiérrez, Raquel, “Sobre la autorregulación social: imágenes, en Jóve- nes en Resistencia Alternativa (comp.), Pensar las autonomías. Alternativas de emancipación al capital y el Estado, México, Bajo Tierra Ediciones/Sísifo Ediciones, 2011, pp. 351-373.
- Holloway, John, “Las grietas y la crisis del trabajo abstracto”, en Jóvenes en Resistencia Alternativa (comp.), Pensar las autonomías. Al- ternativas de emancipación al capital y el Estado, México, Bajo Tierra Ediciones/Sísifo Ediciones, 2011, pp. 317-336.
- López y Rivas, Gilberto, “Autonomías indígenas, poder y transforma- ciones sociales en México”, en Jóvenes en Resistencia Alternativa (comp.), Pensar las autonomías. Alternativas de emancipación al capital y el Estado, México, Bajo Tierra Ediciones/Sísifo Edicio- nes, 2011, pp. 107-119.
- Modonesi, Massimo, “El concepto de la autonomía en el marxismo contemporáneo”, en Jóvenes en Resistencia Alternativa (comp.), Pensar las autonomías. Alternativas de emancipación al capital y el Estado, México, Bajo Tierra Ediciones/Sísifo Ediciones, 2011, pp. 23-51.