Game of thrones, la serie televisiva creada por HBO, basada en el trabajo literario de George R.R. Martin es, desde hace tiempo, un lugar común nombrarla como un fenómeno mundial. Las pasiones que desata, los millones de seguidores, la especulación fanática, la megaproducción mundial son ya parte de la cultura globalizada de las clases medias y urbanas que miran con asombro, morbosidad y adicción, la mecánica del poder. El boom de las creaciones épicas y fantásticas que se vive desde hace década y media en el cine no es necesariamente la principal fuerza de atracción para encadenarse a esta serie televisiva. Es la lógica del funcionamiento del poder, tanto en su dimensión gubernativa como en los micropoderes de las relaciones humanas el que ha provocado cierto engolosinamiento perverso para seguirla. La dominación se ha vuelto espectáculo mundial, representada en una alegoría permanente a nuestro tiempo y realidad política.
El complejo entramado del poder.
Game Of Thrones, ha puesto su centro en un retrato complejo de lo que llamamos la micropolítica: las relaciones de dominación, lucha, tensión e incluso resistencia soterrada entre la multitud de personajes que integran la historia. La utilización de pasajes selectos prácticamente literales del texto original o la innovación -en ocasiones radical- de virajes en el drama de cada personaje pensados especialmente para la televisión – logrado por el cuerpo directivo de David Benioff y D.B Weiss- ha supuesto una carga decisiva en diálogos y actuaciones íntimas que centran su dinámica en las relaciones de mando y obediencia.
La dominación aparece en todas sus formas: desde la resistencia ahogada y silenciosa de una princesa que anhela en lo íntimo asesinar a su prometido y joven rey vuelto sádico del poder, hasta la abierta tortura, mutilación y sujeción total de un traidor que sucumbe por completo abandonando cualquier resistencia hasta perder su posibilidad de ser sujeto, convirtiéndose en cosa, subordinado absoluto. Pero no es la fuerza el único elemento para comprender las relaciones de dominio. Es el interés, la conveniencia, la desfachatez o la hipocresía, los numerosos matices que hacen comprender las relaciones de poder y subordinación. Es por ello que la narrativa de la serie provoca un sentimiento encontrado: empatizamos como en cualquier historia con la familia protagonista –los Stark- cuyas relaciones de honor y fidelidad son más o menos comunes pero nos atrae mucho más la familia antagonista, plagada de contradicciones y personajes complejos –Los Lannister-.
Y es que en esa familia se despliega mejor que en todos ese entramado de relaciones de micropoder al que nos referimos. Tyrion, la mente gigante en un cuerpo enano asombra con su capacidad de crítica moral y del poder en su propia familia. Tyrion no obstante, en buen parte de la trama a pesar de sus brillantes desafíos intelectuales se somete a la fuerza de su padre, siendo incapaz de romper con su clase privilegiada, con su vida acomodada y también con su fidelidad con los suyos. El outsider de la familia, es también, un subordinado. Cersei, la reina madre, llena de poder y vileza frente a los gobernados, soberbia y cruel frente a otras familias, concentradora de decisiones desde las sombras, es a la vez la que es sometida por el rey, humillada y despreciada como mujer y luego dominada y vuelta harapos por una secta religiosa que ella misma ha creado. La dominadora es a la vez dominada. El resultado deriva en una pléyade de personajes complejos, con un drama personal y familiar contradictorio que hace que el televidente vaya del odio y aversión a la complejización, comprensión y hasta empatía por muchos de estos personajes. Esa narrativa captura, porque la contradicción del poder cuestiona nuestras propias relaciones de mando obediencia y vuelve difícil y porosa la frontera entre el bien y el mal.
Una teoría del poder
A pesar de lo emocionante de la acción, las batallas feudales, las coreografías de espadas y los personajes y poderes fantásticos que van apareciendo a cuenta gotas, un peso decisivo en la serie son los sofisticados diálogos. En ocasiones largos y tediosos, pareciera que esta pléyade de personajes siempre tienen formas de hablar pretensiosas porque no hablan banalidades sino siempre a manera de lección, alegoría, metáfora y frase lapidaria o excesivamente dramática. A pesar de esas exageraciones, la inteligencia de los diálogos en ocasiones vislumbra algo más que un lenguaje diseñado para impresionar al espectador o al lector:
“El poder reside donde los hombres creen que está. Es un truco, una sombre en la pared. Y un hombre muy pequeño puede tener una sombra muy grande” dice Lord Varys. Esas líneas, vueltas virales en la red, cuestionan la dinámica de sentido común del poder entendido este como fuerza armada o como dinero. Explica además cierta mecánica del poder y su funcionamiento. Como esa, muchas frases bien pensadas, asombran a los espectadores:
“El caos no es un pozo, es una escalera. Muchos que intentan escalarla caen para nunca intentarlo de nuevo. La caída los quiebra. Algunos tienen la oportunidad de subir; se aferran al reino, o a los dioses, o al amor. Solo la escalera es real. El ascenso es lo único que hay” Es la profunda reflexión de Petyr Baelish, quien desnuda el profundo pragmatismo del poder, del liderazgo, del ascenso arribista y la dinámica de la obsesión por el poder en sí mismo, como satisfacción de control.
Es sin lugar a dudas una visión hiper realista del funcionamiento del poder político pero también del poder y la dominación en general. El discurso de Game Of Thrones seduce porque señala lo que todos sabemos: el funcionamiento de lo formalmente e institucionalmente político se pudre en pragmatismo, fuerza, engaño, estrategias maquiavélicas y formuladas desde la ambición más pura. La “teoría” del poder de Game Of Thrones, no obstante, es la visión dominante del poder que la considera perversa por naturaleza. Ese señalamiento termina por ser crítico, aunque la intención original de los realizadores sea otra: entretener, y al hacerlo, vender.
El poder vuelto espectáculo.
El triunfo discursivo y de mercado vuelto fenómeno mundial de Game Of Thrones, radica en que excita a la audiencia a engullir la dinámica del poder como espectáculo. El sensacionalismo televisivo de esta serie, no se encuentra en el sexo, aunque lo haya, no en las historias amorosas, a pesar de que estas sean parte de la narrativa aunque de forma secundaria; tampoco como hemos dicho su dimensión fantástica ni sus secuencias de acción. La atracción decisiva de El Juego de Tronos, radica en la satisfacción de mirar casi de manera depravada el verdadero funcionamiento del poder. Rayando en lo pornográfico, nuestras sensaciones son estimuladas para atarnos a los vericuetos de las relaciones de dominio: su desfachatez, su cinismo, sus alcances, los virajes y bifurcaciones que tiene la trama del poder, la disputa entre reinos, la competencia de liderazgos, la falta ética y moral de su despliegue. No podemos creer lo que miramos, a pesar de que sabemos que todo sucede o potencialmente puede suceder realmente no en el televisor sino en nuestro propio mundo. Porque el universo de Game Of Thrones es una versión retorcida, un espejo desagradable y deformado de nuestra propia realidad política y humana. No es una lucha entre el bien y el mal, es una disputa ciega de todos contra todos. No hay una ruta de esperanza sino que todas nos conducen de una u otra forma al laberinto infinito de la ambición del poder y la dominación.
Game Of Thrones se corona precisamente como la antítesis de las historias edulcoradas y épicas donde el heroísmo sacrificial del bien tiene resultados y los protagonistas con los que simpatizamos ganan, perduran, viven en paz. Aquí la muerte, los errores, la traición enseñan una lección aterradora: no, no ganan ni los mejores, ni los honorables, ni los sabios: gana quien tiene la fuerza y la suficiente astucia para traicionar, mentir y planificar su propio ascenso al poder. Ese anti discurso, se lleva al otro extremo del romanticismo bobalicón e infantil de que el bien siempre triunfa. La conclusión es que el mundo apesta y el mal prevalece. Depresiva, sin salida, opresiva y desesperante, pareciera que la serie pesimista del Juego del poder es totalmente realista y engancha con nuestra propia realidad donde se han acabado las salidas. Aunque el discurso televisivo desnuda la mecánica del poder, termina diciendo lo que las voces dominantes ya dicen desde otro ángulo: no hay salida. Y por ello, el discurso del poder en esta serie puede terminar, sin proponerlo, siendo por su derrotismo y nihilismo, profundamente conservador…
Romper la rueda del poder
Y sin embargo hay atisbos de esperanza, pero ambiguos, lejanos, representados en Daenerys Targaryen o en Jon Snow. Es aquí donde el discurso de la serie se limita. El fuego arrasador del poder, representado en los dragones y en la heroína justiciera, así como todo el entramado de historias es una narrativa del poder vista desde arriba, es un discurso del poder de las elites, que queda atrapado en su universo. Los de abajo, los gobernados, aparecen en Game of Thrones siempre como masa, no como sujeto, no se narran sus historias, sino como actores secundarios de los verdaderos protagonistas: reyes, príncipes y princesas, señores, caballeros.
Quizá el mayor problema de Game Of Thrones es que su visión del poder, es la de quienes dominan. A pesar de que se mira la salida del poder, es decir, romper su lógica -como expresa Daenerys desear en un tono solemne- y no seguir disputándolo bajo las mismas reglas, ese horizonte aparece muy lejano, en medio del desastre de la lucha por el poder entre reinos.
Sir Jorah Mormont -uno de los personajes- explica en un diálogo con esta heroína que los campesinos y los plebeyos no les interesa el juego de tronos de los poderosos. Que ellos se preocupan por la lluvia para la cosecha y el pan para sobrevivir. En realidad es cierto. Pero Sir Jorah Mormont olvida que esos mismos plebeyos, gente de abajo, anónimos, sin rostro, sin voz y sin historias contadas por la narrativa dominante tarde o temprano se cansan de esos juegos y sin muchos planes ni armamentos, son precisamente los que de vez en vez, rompen la rueda del poder. Game Of Thrones los ha olvidado por el espectáculo del poder hecho televisión. Para nosotras, nosotros, es indispensable no hacerlo, para no quedar atrapados en la lógica sin fin del Juego de tronos, del juego perverso y degradante de la lucha por el poder.
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