Fue en enero, hace 18 años. El país entero se quedó con la boca abierta al ver las imágenes. La cámara enfocaba a un par de milicianos, vestidos color caqui de aspecto militar que, con armas en la mano, pateaban las puertas del palacio municipal de San Cristóbal de las Casas para entrar. Era un primero de enero de hace 18 años. Era 1994. Era Chiapas.
Con ojos más grandes se leían los textos de los alzados cuando el presidente de entonces Carlos Salinas de Gortari les ofrecía amnistía a cambio de abandonar las armas y ellos le respondían dignamente: ¿de qué nos van a perdonar? ¿de no morirnos de hambre?. Eran indígenas, eran rebeldes, se habían alzado en armas, le habían declarado la guerra al mal gobierno. Era el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Su voz alcanzó a millones. La guerra lanzada por el mal gobierno contra ellos fue detenida una y otra vez en esos años. Miles en la calle apoyaron a los rebeldes, pero también el camino de la paz. Miles con los ojos todavía más abiertos leían los textos que desde algún lugar de la Selva Lacandona hablaban de sus extrañas exigencias: “para todos todo” decía una de ellas; “por un mundo donde quepan muchos mundos” decía otra; democracia!, libertad!, justicia! Era la forma de cerrar sus cartas y comunicados que le daban la vuelta al mundo y se traducían a todos los idiomas.
Fueron años de movilizaciones, de marchas y protestas. De innumerables caravanas de autobuses que salían hacia el sureste mexicano, de masivos encuentros con los indígenas rebeldes que “no querían tomar el poder”, sino que “el que mandara, mandara obedeciendo”. Europeos, norteamericanos, mexicanos de todo el país e indígenas de todos los pueblos acudieron una y otra vez a territorio rebelde. Fueron años de apoyo a la que se convirtió su demanda central en ese entonces: el reconocimiento de los derechos de los pueblos indios, basados especialmente en el derecho a la autonomía. Millones los recibieron en su “marcha del color de la tierra” desde Chiapas hasta ciudad de México y hasta la tribuna del Congreso de la Unión donde habló y defendió los derechos indígenas la llamada comandante Esther.
Pero los diputados no escucharon la demanda zapatista y de los pueblos indios de todo el país. Desde entonces, los zapatistas de nuevo dijeron “Ya Basta”, y sin pedir nada de los gobiernos, sus diputados, gobernadores, funcionarios, partidos y candidatos comenzaron, muy lentamente, el camino silencioso de la autonomía. Si no había ley indígena que reconociera su derecho a la autonomía, ellos la construirían, con o sin ley. Desde entonces hasta ahora, los indígenas construyen un mundo otro. Organizados en cinco “Juntas de Buen Gobierno” muestran que desde abajo pueden gobernar y gobernarse; de manera rotativa todos los indígenas tzeltales, tzotziles, choles, tojolabales, zoques y mames que integran a las comunidades zapatistas en resistencia participan en sus autogobiernos que construyen sus propias escuelas con sus propios programas de estudios que integra su historia, donde cientos de indígenas dan clases a sus niños; sus propios proyectos de salud comunitaria que integra la salud tradicional y la occidental donde se realizan incluso cirugías y campañas impulsadas por cientos de promotores indígenas; que ha permitido echar a andar y gestionar sus propios medios de comunicación; donde se impulsa la producción de la tierra de manera colectiva y proyectos de comercialización autónomos. Todo sin ayuda de los malos gobiernos o las empresas. Todo con trabajo colectivo y rotativo de todas y todos. La autonomía se construye en los hechos en cientos de comunidades indígenas zapatistas en territorio rebelde. Algunos, han considerado a estos indígenas rebeldes como el “más importante movimiento antisistémico del mundo”. Otros, han llamado a esta experiencia “la Comuna de la Lacandona”. Sea como fuere, en Chiapas se construyen otros mundos, se construye en silencio-no sin dificultades- autonomía y libertad, se construye en silencio, un camino hacia el mañana.