¿Dónde están? Se puede alcanzar a leer en una de las múltiples mantas de estas mujeres, madres, hermanas, esposas. ¿Dónde están? ¿A dónde se los llevaron? ¿estarán vivos? ¿qué les han hecho? Son las preguntas que día con día las torturan pero a la vez son las preguntas que las han llevado a levantar su voz. Son las mujeres y hombres, familiares de desaparecidos por la guerra que vivimos en México. Porque vivimos en guerra, como lo dice la revista estadounidense The New Yorker que define a nuestro país en una situación “de guerra civil de baja intensidad”. Y como en toda guerra, hay muerte y dolor.
En otra manta, de las madres organizadas de Chihuahua, la frase que explica al movimiento es contundente: “Hija/hijo: lucharé mientras tenga vida hasta encontrarte”. El movimiento por la paz con justicia y dignidad ha agrupado el dolor y lo ha hecho organización. Ha reunido la defensa de cada familia con un desaparecido y lo ha convertido en defensa colectiva. No es obra de una persona o de una organización. Es resultado del caminar conjunto desde hace poco más de un año de quienes sus familiares han sido asesinados, detenidos, heridos o secuestrados, levantados, torturados, desaparecidos, amenazados. Las cifras son escalofriantes: hablan de más de 60 mil muertos y de quizá, 25 mil desaparecidos. Números similares a la Guerra civil en el Salvador, a la guerra civil en Nicaragua, ambas en los años 80 e incluso –dependiendo de las fuentes- es más alta que la cifra oficial de civiles muertos a partir de la invasión a Irak.
Sangre por dinero. Una guerra por mercancías. Una guerra de mercados. De quienes venden y compiten entre sí y entre quienes les ayudan y quienes los persiguen. En medio, la gente, el pueblo que pone a lo muertos. El terror y el miedo disciplinan. Pero la organización y el reunirse insubordinan y hace levantar la denuncia, la voz, buscar justicia, terminar con la impunidad.
EL movimiento por la paz con justicia y dignidad ha caminado por todo el país y ahora se propone ir hasta Estados Unidos. Ha ido a todas partes a conocer y recoger la indignación y el dolor de la muerte y convertirla en denuncia, en movimiento, en señalamiento y exigencia para esclarecer los asesinatos y desapariciones, para demandar que termine la guerra, para gritar que termine la corrupción la impunidad. Tocan todas las puertas de los poderosos, pero también y esencialmente de todas y todos abajo quienes quieren sumarse a terminar con el silencio. Abajo hay miedo, pero también dignidad. Arriba hay desprecio y negativas. Arriba no escuchan al este movimiento, que grita a todos los mexicanos que hay una emergencia, que ya no es tolerable, que estamos en una guerra en especial que exigen justicia.
Han hablado con el Presidente de la República, con los diputados y los senadores. Han hablado con el poder y poco o nada se ha logrado. Han hablado con los medios de comunicación una y otra vez y a pesar de ello pareciera que nadie escucha. Han hecho mil reuniones, y entre ellos han hablado, se han escuchado, se han comprendido y se han encontrado haciendo de su dolor uno solo.
Este movimiento encabezado por su figura más visible, el poeta Javier Sicilia, cuyo hijo fue asesinado, al igual que muchos otros, ha tenido un camino difícil. No es sencillo organizarse, ni hablar en colectivo. Errores se han cometido. Pero el corazón del movimiento es la dignidad y el dolor. Ese caminar por todo el país, por todos los rincones de la muerte y la violencia, por todos los lugares donde la sangre por dinero ha dejado su huella, tarde o temprano obtendrá justicia ya que la tenacidad de los familiares, de las mujeres cuyos esposos o hijos han sido desaparecidos no se detendrá, como lo explica una de ellas:
“en ese camino de tanto dolor hemos encontrado muchas puertas cerradas, muchas piedras en el camino; pero así también, hemos encontrado manos que nos han sostenido y eso es lo que nos tiene aquí, día con día, alimentado la esperanza desde el fondo de nuestro corazón para encontrar a nuestros hijos”.