La tendencia a la comunidad atraviesa la historia humana y se ha concretado repetidas veces. Su eventual realización no será, por tanto, ni el producto de un supuesto sentido de la historia, ni el fin de ella. Será el producto de un movimiento práctico de intervención humana.
La insecurité Sociale
Existen movimientos que crean o actualizan formas comunales como estrategia de lucha. Éstos se despliegan en la esfera de la reproducción social y la base de su autonomía, material y política, reside en sus comunidades.
En las últimas décadas, organizaciones, colectividades, así como movimientos sociales y antisistémicos, debaten sobre las formas de acción política más efectivas para una transformación radical del mundo. En medio de agresivos flujos del mercado y enfrentándose a históricas formas de dominación, algunos de estos sujetos desde hace tiempo intentan organizar de manera directa la subsistencia de quienes los integran. Aunque este planteamiento se replica en todo el orbe, ese horizonte de acción política tiene numerosas y representativas expresiones especialmente en América Latina.
En la trayectoria colectiva –-encabezada por pueblos indígenas, campesinos y clases populares– por asegurar su propio sustento material y satisfacer sus necesidades simbólicas, estas colectividades ejercen una politicidad que deriva de su hacer en común; una forma de hacer política que tiene como principio el cuidado y reproducción de la vida de las familias que los integran. Es una política comunitaria cuyas formas, modos, instituciones, normas y relaciones son sumamente distintas a la política estatalizada dominante. Es, a la vez, una política autónoma.
Esa politicidad es una forma básica de relaciones entre hombres y mujeres que se reúnen, deliberan y deciden afrontar la adversidad en común; su fundamento es la acción colectiva de las clases subalternas, en cierta medida obligadas a cooperar entre sí para sortear exclusiones, pobreza y estrangulamiento económico. La capacidad y potencia de familias precarias, así como su condición de sujetos que pueden tomar la conducción de sus vidas –a pesar de la desolación y las contradicciones de las sociedades de mercado– muestran un potencial emancipatorio.
Puedo afirmar que hacer comunidad es una forma de hacer política. Reproducir la vida actuando como comunidad lleva consigo, de manera inherente, una politicidad otra. La comunidad es una de las posibles formas de la autonomía.
Estas son las ideas que guían el presente texto. Constituyen el resultado de una intensa reflexión teórica sobre la comunidad y sus alcances materiales, políticos y emancipatorios; a la vez, son síntesis de experiencias prácticas de activismo, acompañamiento e investigación militante en numerosas comunidades organizadas y en resistencia; por último, son fruto de la búsqueda de salidas al capital, al estado y a otras formas de dominación contemporáneas.
He dividido en tres partes este trabajo. En primer lugar, considero fundamental comprender cómo estos movimientos autónomos han constituido o actualizado sus comunidades como forma de lucha, y creo que para ello es necesario deshilvanar y reaprender lo que significa la forma social de relaciones a la que llamamos comunidad. Así, el aporte del primer apartado se centra en comprender teóricamente las relaciones comunitarias y su vínculo con la emergencia de un sujeto colectivo autónomo, cuya potencia o posibilidad es su autodeterminación.
Sostengo que no es posible comprender la autonomía sin las formas sociales comunitarias y concejiles que aparecen en los movimientos contemporáneos y del pasado, así que nos adentramos en un denso recorrido para identificar algunos elementos esenciales del vínculo comunal. A partir de la reflexión sobre las prácticas comunitarias, en el segundo apartado se analiza la politicidad que de ellas emana para entonces definir las coordenadas de lo político comunitario.
Finalmente, a partir de esas premisas teóricas, el último apartado contiene un debate acerca de los alcances político-emancipatorios de la comunidad, su relación con la autonomía y sus alcances como proyecto radical de transformación del mundo desde abajo. Para eso se parte también de la idea de que las relaciones entre el capital y el estado no configuran toda la realidad social. Necesitamos ideas sobre la emancipación y no sólo sobre la dominación. Debemos encontrar los resquicios desde donde los hombres y las mujeres reproducimos nuestras vidas de otros modos.