Consulta, hegemonía y emergencia antagonista
#YoPrefieroElLago perdió centralidad al acercarse la consulta México Decide. Sucedió tanto por el revuelo de su realización como por las reacciones contra ella. La consulta fue un medio parcialmente fallido del gobierno electo para un aterrizaje suave en su relación con el capital financiero. La consulta legitimaría la cancelación de Texcoco, sin abrir un conflicto con los empresarios, con el anuncio sumamente publicitado de la posibilidad de cancelación. El progresismo movilizó también sus recursos contra el fastuoso aeropuerto en construcción. Empero, el modo y la forma de la consulta no dejaron satisfechos al poder económico, por un lado, ni a los pueblos y quienes integraron la coalición opositora a Texcoco, por el otro.
Del lado de los inversionistas, abrir una decisión de esa magnitud a la voluntad popular trajo el rechazo antidemocrático y conservador que niega los medios de la democracia directa. Del lado de las comunidades, la demanda de consulta libre, previa e informada, realizada en torno a los derechos de los pueblos y basada en el convenio 169 de la OIT, fue simplemente ignorada. De ahí se derivará la segunda contradicción sobre el aeropuerto en Santa Lucía, cuyos efectos ambientales y socio-comunitarios pueden ser también muy graves.
Por un momento, la polarización del empresariado y del capital bancario pareció llegar a una confrontación directa contra el gobierno de López Obrador. Pese al vendaval mediático, el deslizamiento del peso y el altisonante repudio del poder económico, el gobierno lopezobradorista salió avante.
La cancelación implica triunfos relativos en cada dimensión antagonista. Es inusitado cancelar el mayor proyecto de infraestructura del continente. En términos ambientales se gana con la anulación de la posibilidad de un manejo hídrico alternativo, y la recuperación de los lagos y, con éstos, de la biodiversidad dependiente de ellos; además, se obtiene tiempo para contener la urbanización de toda la región oriente que se aceleraría con la construcción del aeropuerto. Son posibilidades abiertas; y de no haber fuerzas suficientes que obliguen a un proceso restaurativo de la región, de poco o nada habrá servido la batalla. Es evidente que ganar esa posibilidad en la cuenca no resuelve la crisis ambiental de la metrópoli.
La cancelación también abre la posibilidad de recuperar tierras despojadas a los ejidatarios, como base material de una posible reemergencia comunal-productiva; se aleja de modo relativo un peligro inminente para los modos de reproducción comunitaria, abriendo la posibilidad de reintegrar el tejido social y una posible gestión colectiva no sólo de las tierras productivas sino del área en disputa. Pero ello depende de que la autonomía y autoorganización de los pueblos permitan reconstruir una fuerza social que se instituya a sí misma y obligue al gobierno electo a respetar sus directrices territoriales. Es obvio que esa batalla no detiene la lógica del despojo a escala nacional.
Por último, si bien la apariencia es que López Obrador ganó la partida, en realidad la contradicción entre progresismo y capital financiero está lejos de haberse resuelto. De hecho, desde nuestra visión, el reformismo débil del progresismo constituye una contradicción inherente a los gobiernos posicionados en el centro equilibrado entre acumulación y redistribución de la riqueza. Ese imposible centro político los mantiene en la inestabilidad: ganan los pueblos o los empresarios, ganan los bancos o los tarjetahabientes. El antagonismo de intereses opuestos y su aparente sana medianía puede satisfacer algunos horizontes, necesidades y demandas de las clases subalternas, pero no las del capital. El progresismo apuesta a apaciguar las contradicciones entre unos y otros, pero el capital, fiel a su lógica de crecimiento infinito, no puede ser domesticado. Las derechas políticas del continente y el capital financiero toleraron, pero nunca aceptaron a los distintos progresismos en el poder y su reformismo regulador en el continente.
Si reconocemos que el ciclo progresista en Latinoamérica pudo ser posible por la oleada continental de repudio al neoliberalismo, ello significa que hubo un cambio favorable en las fuerzas populares y que de éste emergen directa o indirectamente los gobiernos como respuesta y resultado del debilitamiento de las élites neoliberales, cuya legitimidad se erosionó, debilitó y, en algunos casos, fracturó por la movilización e insubordinación populares. Por supuesto, a ello debe añadirse el liderazgo fuerte de los dirigentes carismáticos del progresismo.
Ese cambio en la correlación de fuerzas también sucedió en México. Esa emergencia popular –aun cuando no se exprese programáticamente anticapitalista– asusta y asustó a las élites en el continente y en el país. Y esa emergencia tiene una traducción política en el poder de carácter progresista que intenta equilibrar y regular las aristas más intolerables del capital, como ha expuesto el López Obrador mismo, quien propone emular el modelo del capitalismo nórdico. Pedro Salmerón ha sido todavía más explícito cuando caracteriza el proyecto: “Morena no propone ningún socialismo del siglo XXI, sino el desarrollo del capitalismo nacional con un Estado garante de derechos, que acabe con la corrupción y la impunidad”. Un “capitalismo benévolo”, como lo llama críticamente Eduardo Gudynas.
Si López Obrador aparece como total ganador del proceso, ello se debe también a la debilidad de sus opositores y no sólo a su capacidad política. Los empresarios salieron a defender directamente sus intereses en Texcoco, pero sobre todo a impedir cualquier cambio de las reglas sustantivas de la acumulación. El empresariado más radical no quería aceptar las reglas del progresismo relativamente regulador, pero otros aceptaron presurosos un nuevo acuerdo con el gobierno electo. Es decir, el empresariado se dividió y una parte decidió no confrontar a López Obrador. Que los grandes capitales hayan aceptado la cancelación obedece también a que ninguna fuerza política pudo aglutinar el repudio y defender abiertamente los intereses mercantiles de las élites. El comité al servicio de la burguesía les falló, con los partidos de la derecha ensimismados en su crisis. Empero, la reacción de los mercados ante las iniciativas reguladoras del progresismo hablan con claridad del poder del capital financiero y los límites de la fuerza simbólica de los 30 millones de votos, donde el gran capital hace sentir su poder, incluyendo a López Obrador.
Por otro lado, desde hace unos años los signos frente a la emergencia de la movilización popular son de una creciente oleada reaccionaria en México. Las opiniones homofóbicas ante los avances democrático-liberales de derechos, la reacción misógina ante la movilización y las demandas feministas, el clasismo ante la movilización popular en Ayotzinapa, la sobrerreacción discursivamente antipopulista y antisocialista contra López Obrador y la realidad venezolana, y la xenofobia mostrada ante las caravanas migrantes son señales de un mismo fenómeno de polarización estructural conservadora.
Aun cuando todas esas voces eran apenas murmullos, pueden encontrar rápidamente formas políticas de articulación, como la marcha a favor del aeropuerto en Texcoco, o el repudio por la inestabilidad económica de la caída de la bolsa provocada por la iniciativa presentada por Morena en el Congreso para regular el capital bancario. Los viejos partidos de la derecha no logran articular este sector emergente. Si estas fuerzas hoy fragmentadas, episódicas, sin orientación común, logran autoconfigurarse, serán la base social de tintes autoritarios, dictatoriales y de ultraderecha que se sumarían al fenómeno mundial conservador, sintetizado en el caso brasileño con la elección de Jair Bolsanaro. Pondrían en riesgo el progresismo, su continuidad y proyecto. De no lograrlo, el progresismo se volverá hegemónico. En el primer caso, los movimientos sociales quedan atrapados en una polarización extrema de fuerzas descomunales. En el segundo, pueden quedar anulados ante la estabilización del progresismo reformador.
La batalla del aeropuerto permite ver los límites del progresismo, y las posibilidades y contradicciones de las luchas populares. Pero debería llamar a reflexión sobre la reacción altisonante del capital. Si el empresariado y la base social conservadores han reaccionado así en los últimos tiempos ante un proyecto que sólo busca “un Estado garante de derechos que acabe con la corrupción”, cabe preguntarse cómo reaccionarían ante una política anticapitalista.
Sortear a la reacción conservadora, afrontar las contradicciones del progresismo y abrir posibilidades de lucha anticapitalista son retos por afrontar. La batalla del aeropuerto es un símbolo de esas contradicciones, antagonismos y fuerzas. La batalla del aeropuerto parece haber terminado, pero las contradicciones del sistema-mundo capitalista y sus posibles salidas y opciones siguen abiertas y vigentes. La batalla del aeropuerto representó la lucha de fuerzas sobre el territorio, la naturaleza, las finanzas y el poder gubernamental. Fue una batalla decisiva de nuestro tiempo. Sus lecciones, quizá, pueden ayudarnos a pensar sobre el mañana en las luchas que claramente se aproximan.
1 https://www.forbes.com.mx/6-de-cada-10-internautas-mexicanos-estan-en-contra-del-naim-estudio/
2http://colectivoiae.com/estudios-de-opinion-publica/nuevo aeropuerto/?fbclid=IwAR1-vXQ3UmLcgeFHf3XV3ai4PPtY7FqqGJYPgOxXlTP7AsVxj3pzNjs-i-w
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