Con sus largos tacones dorados, espera. Con su ajustadísimo vestido, junto a la cortina de metal sobre la calle, espera. Se puede ver desde lejos, con piernas morenas y torneadas descubiertas, cola de caballo largo y oscura. En las calles de la Merced, espera. Vendedora de caricias les dicen en una canción. Mujer de la vida galante decían respetuosas las abuelas. Flores nocturnas declama el trovador cuando las nombra. Pecadoras, las llaman los religiosos. Los gobiernos las equiparan a los delincuentes. Ellas, en esas calles del centro histórico, en Circunvalación, Corregidora, Santo Tomás o Carretones, esperan a un cliente, pero también, de manera inusitada, inesperada y sorprendente…se organizan y luchan.
El primero de mayo salen juntas, a veces son 300. Han llegado a ser casi mil. ¡Respeto total, al trabajo sexual! Grita la consigna que las numerosas voces de mujeres con tacones y vestidos entallados corean por las calles reunidas por el trabajo y la solidaridad de la Brigada Callejera de Trabajo Sexual Elisa Martínez. La Brigada llegó desde 1993 a la zona a trabajar, organizar, informar y solidarizarse con las mujeres más discriminadas, explotadas y vejadas que quizá haya en el país. Con las mujeres que no son propias de los discursos de los políticos, pero tampoco de las organizaciones que luchan con campesinos o trabajadores. Estas mujeres olvidadas, sin embargo, estas mujeres de muy abajo, del subsuelo, se organizan para defenderse y la Brigada está ahí para ayudarles.
“Aquí trabaja la que tiene necesidad. Tenemos hambre” dice una de ellas, resumiendo en sus palabras lo que muchas historias en estas mujeres se repite una y otra vez. Es un trabajo difícil. Violento en ocasiones. Hay quien tiene hasta 10 relaciones en un día. Hay muy jóvenes y hasta de la tercera edad. No todas están obligadas por proxenetas. Han encontrado una forma de sobrevivir. Muchas tienen hijos e incluso, pareja. Se conocen entre sí y se defienden. Están ya acostumbradas, en buena medida debido al trabajo de la Brigada a reunirse en asamblea. A hablar lo que era vergüenza. A denunciar lo que se callaba. A gritar la injusticia y el abuso. A señalar a quien las explota, a defenderse de las policías y los gobiernos, a proteger sus cuerpos de las enfermedades.
Y es que la Brigada frente a las razzias y encarcelamientos masivos de las mujeres, ofrece defensa. Frente a la falta de papeles ha ofrecido y exigido reconocimiento de su ciudadanía. Ante la desinformación ha ofrecido publicaciones, cuadernillos, talleres, historietas. Ante las enfermedades de transmisión sexual, ha demandado acceso sin discriminación a los servicios de salud. Ante la desprotección ha impulsado el uso del condón. Frente a un trabajo que todos consideran deplorable que debiera eliminarse, la Brigada ha exigido más que su abolición, la demanda del fin a la explotación sexual. Y es lógico. Cualquier política de prohibición las convertiría en ilegales y la persecución y explotación que de por sí sufren de proxenetas, lenones, policías, gobiernos o clientes violentos, aumentaría. Las criminalizaría.
Pero aún más. La Brigada, como organización permanente que día y noche está con ellas, en las madrugadas cuando son detenidas, en la denuncia cuando una de ellas es asesinada, en las movilizaciones cuando es hora de exigir reconocimiento, en la alfabetización cuando es momento de aprender a leer, sabe que ellas no tienen suficiente dinero para comprar condones a los costos comerciales de las grandes farmacéuticas. Así que la Brigada Callejera produce sus propios condones, reconocidos por las instituciones de salud, que se distribuyen por unos cuantos pesos, sólo para volver a producir más. La Brigada, a sabiendas de lo difícil y duro que es para estas mujeres ser aceptadas en los servicios de salud, ha montado en sus oficinas una pequeña clínica: hacen papanicolau, cirugía laser, tienen una clínica dental y hasta acupuntura para ellas. La Brigada ha concentrado buena parte de su energía a la educación e información en salud sexual y reproductiva. Pero también a la defensa contra quien las humilla, les grita, las persigue, les da cacería e incluso las viola. Para defenderse han formado la Red Mexicana de Trabajo Sexual integrada por mujeres de varios estados del país.
Así, las mujeres y la Brigada que viven en ese mundo duro de la calle, en medio de la discriminación, la explotación y la violencia, caminan juntas. Cuando uno ve a esas mujeres tomar la palabra, haciéndose fuertes, volviendo a ser ellas al hablar en voz alta, cuando se nombra a sí mismas, uno sabe que una pequeña revolución ha sucedido. Que como en todos los casos cuando los de abajo están de nuevo de pie, saliendo de su postración, su voz, recobra para sí mismas la palabra dignidad. Que como en todos los casos donde los de abajo, reunidos y con dignidad discuten cómo nombrarme así mismos, rechazando el nombre que les ha dado quien los domina o los discrimina. En asamblea, estas mujeres van olvidando, rechazando, negando, ser pecadoras, malas mujeres, delincuentes, mujeres de la vida galante, prostitutas o incluso poéticamente, flores nocturnas. Una de ellas se levanta, y cuando se nombra uno comprende que algo radical ha sucedido. Una de ellas se nombra y todas están de acuerdo. Lo dice con fuerza, sin dudas, con claridad, con dignidad: “soy trabajadora. Trabajadora sexual”. Ha comenzado una lucha otra, distinta, diferente: la lucha de las trabajadoras sexuales