La fuerza simbólica de los electores puso en crisis a los partidos otrora dominantes y se opuso –aunque débil y titubeante– al gran poder económico. Sin embargo, ha construido las bases también de un nuevo presidencialismo, entregado la mayoría parlamentaria a un solo partido y otorgado una aceptación relativa de lo que afirmamos se constituye como una potencial nueva hegemonía.