Al cruzar las puertas de este barrio inusual, de inmediato uno se da cuenta de que algo muy especial sucede en este rincón del oriente de la Ciudad de México. No sólo porque es recibido por las guardias rotativas de los vecinos que en cada acceso mantienen la seguridad barrial para las más de 500 familias de la Cooperativa Acapatzingo; ni tampoco por los mensajes colgados en las puertas con numerosas invitaciones a talleres y a otras actividades culturales; sino esencialmente porque, al cruzar el umbral de esos accesos, uno puede ver y sentir otro orden, uno alternativo, en medio de la gran capital.
Enseguida, llama la atención que las jardineras de las banquetas están frondosas y cuidadas; que las casas, aunque sencillas y modestas, brillan con pintura reciente; que los pocos autos que circulan dentro de este barrio que restringe la entrada a los que no son sus habitantes, lo hagan a muy baja velocidad, posibilitando que los niños puedan correr por las calles y llenar de carcajadas algunos espacios recreativos.
Si uno camina por “La Polvorilla”, aunque no pueda ver opulencia en este barrio autoorganizado, quizás pueda encontrar otro tipo de riqueza: la que se basa en la cooperación, la colaboración, la reciprocidad y la organización de los más pobres, aquella que ha logrado construir, desde cero, una nueva comunidad, que toma decisiones por asamblea, tiene su propia radio, su sistema de seguridad interno, sus huertos colectivos y sus espacios comunes, construidos en buena medida de manera autogestionaria, todo ello en medio de una zona favelada, precarizada y marginal.
Este artículo se refiere a esta extraña comunidad, que intenta describir el proceso de construcción comunitaria urbana como un proceso atípico de autonomía en plena ciudad.
Luchas en la periferia urbana mexicana
A finales de la década de los setenta y principios de los ochenta, en Ciudad de México y en otras partes del país se generó un proceso ascendente de organización popular urbana, que comenzó a formar numerosas barriadas populares en las periferias, en un fenómeno equivalente al sucedido en muchas ciudades de América Latina (Zibechi, 2008).
Las luchas por la vivienda experimentaron un crecimiento exponencial debido a la creciente migración desde el campo a la Ciudad de México, a la explosión demográfica de esas décadas, a los mecanismos estatales e irregulares de incorporación en el mercado inmobiliario y, en especial, a la concentración y centralización del empleo industrial y mercantil en el Distrito Federal, la capital del país. A ello habría que agregar la agudización de la escasez de vivienda o sus altas rentas, lo cual, para la década de los setenta, significó una verdadera crisis habitacional, intensificada por las consecutivas crisis económicas que golpearon los ingresos de los trabajadores a partir de la reducción de sus salarios y del aumento de la carestía de la vida (Navarro, 1990).
La capacidad de satisfacer la demanda de vivienda del Estado mexicano fue rebasada por mucho, al igual que sus mecanismos de control de los sectores populares. Los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (pri) en el Distrito Federal fueron, además, totalmente desbordados por la dinámica poblacional urbanizadora. Ello dejó en la desprotección a enormes contingentes sociales empobrecidos, los cuales se ubicaron en asentamientos precarios e irregulares, sin servicios de infraestructura básica.
En medio de lo que hoy sabemos era una crisis de acumulación global y de desbordamiento del régimen de regulación estatal, la acción de activistas estudiantiles, de promotores de las Comunidades Eclesiales de Base (ceb) y de militantes de la izquierda radical no partidaria en las periferias, encontró un campo fértil de necesidades sociales y de disposición a la lucha, que abrió la posibilidad a la conformación de un poderoso movimiento de tomas de tierras urbanas. Durante 1980 y 1981, sería decisiva la realización de los Encuentros Nacionales de Colonias Populares, los cuales fructificarían en la integración de la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano Popular (conamup), antecedente directo de numerosas expresiones que se diversificarían en toda la Ciudad de México (Moctezuma, 1984 y 1999).
No obstante, será recién en el terremoto de 1985 que colapsen, no sólo las construcciones, casas y edificios, sino también las redes clientelares del priísmo, momento en que se abre una enorme brecha a partir de la cual el régimen será rebasado por la organización y la movilización popular frente al desastre. Si previamente al terremoto la crisis habitacional era grave, posteriormente se generó una masiva demanda de vivienda que fue canalizada y politizada por numerosos y emergentes procesos urbanos populares. En la segunda mitad de la década de los ochenta, los movimientos de inquilinos, de solicitantes de vivienda, que habían iniciado tomas de tierras y formado asentamientos y barriadas populares, convergieron a partir del detonante del terremoto y del creciente clima de movilización social en Ciudad de México, capital que, de manera vertiginosa, vivió un ascenso cultural, estudiantil y electoral desde abajo.
Sería del oriente de la ciudad, del cinturón de extrema miseria formado en las delegaciones Tláhuac, Iztapalapa e Iztacalco, que emergerían masivos procesos de tomas de tierras orientados a satisfacer la urgente necesidad de un techo.
La emblemática toma del predio “El Molino” en 1985, se convertiría en el núcleo de origen de varias expresiones del Movimiento Urbano Popular,[1] marcando la pauta para realizar trabajo de base en los cinturones de esas zonas precarizadas.
Había surgido el equivalente a un poderoso movimiento de los sin techo, anclado en las redes familiares y de parentesco, en las redes subalternas urbanas y en los núcleos militantes influidos por el maoísmo, por lo que se llamaba “línea de masas”. Además, en innumerables activistas y grupos estudiantiles que retomaban muchos de los postulados y planteamientos de esa década, entendidos en clave revolucionaria de liberación nacional y de construcción de un modelo socialista (Lao, Flavia, 2009). A partir de la paradigmática toma masiva de “El Molino”, de otras como San Miguel Teotongo o Cabeza de Juárez, y en especial, después de violentos desalojos en la zona del Ajusco, surgirían varias expresiones del mup y, en 1988, el ala radical de todo el movimiento: el Frente Popular Francisco Villa (Sánchez, 2007) del cual emergerá la cooperativa Acapatzingo.
A contracorriente
La cooperativa Acapatzingo, ubicada en los límites entre las delegaciones Iztapalapa y Tláhuac, es el asentamiento más grande y más consolidado de ocho asentamientos y campamentos que integran el Frente Popular Francisco Villa Independiente-Unidad Nacional de Organizaciones Populares de Izquierda Independiente (fpfvi-unopii).[2] Popularmente conocida como “La Polvorilla”, es quizá una experiencia atípica al interior de lo que hemos caracterizado como Movimiento Urbano Popular, ya que su desarrollo posterior al momento de auge del mup intensificó y aceleró las tendencias de autoorganización, de autogestión y de participación, con una explícita intención de construcción comunitaria y, en los últimos años, utilizando la noción de autonomía y de poder popular para identificar dichos procesos colectivos.
Si bien por su extensión territorial y por su número de habitantes Acapatzingo es la experiencia comunitaria de construcción autonómica más compleja del fpfvi-unopii, lo cierto es que, aunque en menor escala, pero en equivalente intensidad y capacidad organizativa, las prácticas de construcción comunitaria también se reproducen en el resto de los asentamientos. En cada uno de estos núcleos,[3] derivados de largas historias de lucha por la tierra urbana, de tomas de terrenos o bien de compras con ahorros colectivos, de acampado y de resistencia a los desalojos realizados por el Gobierno de la Ciudad, se han constituido cooperativas de vivienda.
Estas experiencias mantienen continuidades con las capacidades para la solución de la vivienda popular creadas en el movimiento urbano popular en su conjunto. Dichas capacidades, sintetizadas por Ramírez Sáiz para el estudio de otras organizaciones del mup, también son características del fpfvi-unopii: a) creación de ahorro colectivo como herramienta de acceso a los créditos gubernamentales para vivienda; b) intervención directa en el diseño y planeación del asentamiento; c) administración y control del proceso de producción de la vivienda y de los servicios urbanos; d) participación en la autoconstrucción (Ramírez Sáiz, 2003, 33). A ello habría que agregar la secuencia de tomas, de autoorganización, de defensa de las tierras tomadas, de marchas y plantones, como acciones colectivas que identifican a este movimiento.
Sin embargo, a pesar de su importancia estas fortalezas de los procesos no son el centro de nuestra reflexión. Lo característico del proceso seguido por el fpfvi-unopii se encuentra en haber conferido una radicalización importante a los procesos autoorganizativos, como producto de varias bifurcaciones políticas y organizativas que no fueron sencillas y que parten del rompimiento de la concepción revolucionaria como acción futura. Gerardo Meza, uno de los líderes de la organización sostiene que:
Los militantes que ahora se les llama ortodoxos, planteaban que primero tenía que llegar la revolución para transformar nuestro mundo; nosotros lo que decimos es que, tenemos que comenzar con esta transformación aquí y ahora, por medio de esfuerzos, de solidaridad con los compañeros, con los hermanos. Desarrollar el trabajo colectivo, en contraposición con la competencia y el individualismo que nos enseñan diariamente en todos lados y por supuesto, el respeto con los demás. Partiendo de estos principios, nosotros decimos que la revolución es aquí y ahora para toda la vida (Lao, Flavia, 2009).
El progresivo abandono y la crítica a la concepción clásica de la izquierda los ha acercado a otros procesos sociales. Aunque mantienen un horizonte de transformación socialista, la autonomía ha aparecido como elemento de construcción política. Enrique Reynoso, también dirigente de la agrupación, plantea sobre ello:
Nosotros modestamente tratamos de aprender del ezln y del mst, porque son derroteros en América Latina. Modestamente creemos que nos acercamos en varios aspectos: [en] la construcción de espacios con cierta autonomía… de construcción de autonomías… esencialmente en esta necesidad de aprender y comprender que los movimientos no surgen de arriba hacia abajo, que los movimientos se van dando de abajo hacia arriba y que es este equilibrio en la toma de decisiones donde se rompe o se empieza a romper con el sistema que demanda obedecer los dictados de una clase o sector ubicados por encima de los demás (Sánchez, 2010).
Quizás estas orientaciones sobre la revolución y el poder permiten comprender un poco la intensidad del proceso comunitario que se vive al interior de los asentamientos del fpfvi-unopii. También, su acercamiento durante los últimos ocho años al Ejército Zapatista de Liberación Nacional y a sus iniciativas políticas, ancladas en la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. Estas concepciones sobre el cambio social y la dominación son producto de una fuerte discusión interna, del análisis de los cambios experimentados por los procesos sociales mexicanos y mundiales y, en especial, de una radical crítica a los senderos tomados por el propio movimiento urbano popular. Por lo que, dichas definiciones van a contracorriente del sentido que tomaría el mup.
Así, Acapatzingo y el resto de los asentamientos del Frente Popular se han consolidado después de haber seguido un largo y tortuoso camino, que incluye las tomas, una intensa fase represiva del Estado que significó numerosos encarcelamientos y, posteriormente, numerosas divisiones al interior del mup y también al interior del propio fpfv.[4] Asimismo, los caminos de institucionalización y de partidización que vivió la mayor parte del movimiento urbano popular a raíz de su articulación con el Partido de la Revolución Democrática (prd), que representa a la centro-izquierda y gobierna la Ciudad de México desde 1997.
Y es que, en la primera década del siglo xxi, la influencia del mup se vio eclipsada por diversos factores, como la incidencia de la dinámica del mercado en los procesos habitacionales y de urbanización (Eckstein, 2001); la fragmentación, la división y la dispersión del propio movimiento (Serna, 1997, Tamayo, 1999); los cambios en las políticas públicas sobre urbanización y vivienda, que redujeron la tolerancia a los procesos de tomas; el abandono de la idea de construcción de poder popular; la progresiva desactivación de asambleas y una creciente jerarquización (Barragán, 2010). En particular, la alianza electoral que la mayoría de las organizaciones del mup establecería con el partido en el poder provocaría que:
[…] subordinaran la organización social a la dinámica de los partidos. Dichas medidas fueron causantes de la desactivación de los grupos urbano populares y de su progresiva partidización, es decir de su conversión en fracciones partidarias. Además, en su relación con los respectivos partidos, estos grupos asumieron rasgos clientelistas y corporativos, exigiendo cuotas de poder (cargos de representación popular o partidarios) y atención preferencial a sus demandas. […] Desde el punto habitacional y urbano, los efectos de la incursión electoral y partidaria de los grupos independientes no fueron significativos. Es decir, no obtuvieron logros reivindicativos y el costo orgánico pagado fue muy alto (Ramírez Sáiz, 2003, 16).
Por ello, las definiciones del fpfvi-unopii resultan decisivas cuando deciden apartarse de las tendencias dominantes en el mup, es decir, de su alianza electoral-gubernativa y de las prácticas clientelares que progresivamente fueron invadiendo al movimiento. Sus definiciones y orientaciones emancipatorias han influido en su construcción comunitaria, pues plantean “Construir ya no sólo proyectos de vivienda sino proyectos de vida” (fpfvi-unopii, 2008). A pesar de ser sencilla, esta definición reorienta su identidad, que transita desde la gestión de vivienda hacia la autorregulación social (Gutiérrez, 2011), desde la demanda al Estado hacia la autogestión, desde la alianza electoral y la ocupación de espacios estatales hacia la construcción comunitaria y autonómica. Son por tanto una expresión a contracorriente, tanto hacia el interior del mup como hacia el corazón de la Ciudad de México y de su urbanización salvaje, que incluye procesos intensos de mercado y de estatalización. En medio de ese contexto ha resurgido, o mejor aún, se ha construido, la comunidad urbana.
De la necesidad a la comunidad
Los enormes terrenos de La Polvorilla, de cerca de 70 mil metros cuadrados, fueron tomados en la década de los noventa. Casi veinte años después, La Polvorilla es un asentamiento de casi 500 familias que integran la Cooperativa Acapatzingo, cada una de las cuales cuenta con una vivienda de dos pisos, organizándose por sectores en torno a espacios comunes. Como hemos dicho, el asentamiento crea un espacio interior controlado en sus dos accesos por equipos rotativos que diariamente, durante las 24 horas, resguardan la entrada y la salida de personas y de autos. La organización interna, que genera un orden alterno y colectivo, produce un contraste con sus alrededores precarizados. Acapatzingo impresiona como un oasis en medio de un desierto de pobreza y de casas grises, como un espacio de vida en medio de lo que en otras latitudes serían las favelas empobrecidas periféricas. Después de una larga lucha y de procesos de organización, además de contar con sus viviendas, esa comunidad cuenta con todos los servicios básicos. Y aún más. En asamblea, se han decidido una a una las prioridades para la construcción de espacios comunes como la “Casa Nuestra”, el espacio cultural y educativo donde hay una biblioteca y una sala de reuniones; la plaza habilitada con juegos para los niños; el espacio colectivo “El Tejabán”, que sirve para las asambleas de la Cooperativa. También, han construido una cancha de futbol para los jóvenes, que logró una enorme participación colectiva. Al momento de escribir estas líneas, se edifica una plaza para los ancianos. Los planes de la Cooperativa contemplan espacios en los que, a futuro, se espera establecer una clínica de salud, un teatro al aire libre y su propia escuela de educación básica.
Además, se han obtenido dos logros espaciales y organizativos adicionales importantes: la construcción de un huerto colectivo en el que se cultivan lechugas, chiles,[5] tomates y hasta fresas[6] bajo un enorme invernadero y la radio comunitaria “La Voz de Villa”, albergada en una de las viviendas, donada por la comunidad para servir como espacio común, la cual transmite sin permiso y es gestionada esencialmente por jóvenes de la propia comunidad y también por varios menores que comenzaron a transmitir desde que tenían menos de diez años.
Este ordenamiento socioespacial crea un territorio interno, real y simbólico, que sorprende a cualquier visitante, ya que se vive en espacios diseñados, pensados y construidos para la realización de la comunalidad. El solo hecho de la planificación como un bien común, como producción del espacio destinado al beneficio colectivo y a mantener relaciones permanentes en colectivo, provocando una socialidad alternativa, constituye un radical logro urbano. Quizás por ello, Acapatzingo siempre tiene visitantes, locales, nacionales o internacionales, que son recibidos en una territorialidad que pareciera haber sido planificada como el ideal de una comuna.
La construcción de Acapatzingo es una verdadera contratendencia en medio de la extracción de rentas del suelo y de los inmuebles por el capital, proceso intensificado y acelerado por las políticas de los gobiernos de centroizquierda que, a través de todos los medios estatales, facilitaron la especulación, la gran construcción privada y la gentrificación en Ciudad de México.
Estos espacios son construidos a partir de una combinación de faenas y de jornadas colectivas realizadas de manera rotativa por todas las familias (autoconstrucción), de recursos y de ahorros propios, así como “arrancando y exigiendo que los organismos destinados al financiamiento de vivienda como es el Instituto de Vivienda del Distrito Federal (invi) nos otorguen créditos de carácter blando para la construcción” (Lao, Flavia, 2009).
Estos logros materiales, a todas luces impresionantes, no serían posibles sin un intenso proceso organizativo que construye colectividad para la gestión de lo común.
El proceso colectivo de gestión del habitar en común, del vivir conjuntamente, es lo que precisamente diferencia a Acapatzingo de cualquier proyecto de vivienda. Allí se intenta romper con las relaciones utilitarias de su gestión y existe la clara intención de politizar la necesidad básica de techo para reconstruir relaciones comunitarias de cooperación, de reciprocidad, de trabajo colectivo, de deliberación, de decisión y de ejecución en común, los ejes de acción más importantes del Frente.
Los procesos que podemos identificar se visibilizan en las nuevas relaciones autoorganizativas que se establecen en los procesos de salud y de cultura de las familias que integran cada asentamiento. Allí se desarrollan intensos procesos, casi todos experimentales, de prueba y error organizativo, para impulsar capacitaciones en torno a la prevención y al cuidado de la salud. La naciente estructura de promotoras de salud socializa conocimientos básicos de nutrición, de primeros auxilios y, en especial, de medicina alternativa y tradicional, así como campañas informativas sobre estos temas que apuntan hacia la construcción de sus propios centros de salud autogestionados.
Por otro lado, existe un intenso proceso de participación en las actividades culturales y recreativas, que incluyen desde juegos con los niños y el apoyo en sus tareas, torneos, bailables, grupos teatrales, hasta las fiestas comunitarias realizadas en sus aniversarios como asentamientos y como organización.
La creciente participación es también autorregulativa, tanto en el trabajo colectivo y su división rotativa como en su dimensión progresivamente autogubernativa. De manera embrionaria, cada asentamiento discute sus propias reglas, normas y mecanismos para la resolución de conflictos. Sobre este tema habla Rosario Hernández, otra de las dirigentes de Acapatzingo:
Si aquí en la colonia se da una situación, un conflicto entre vecinos, algún robo que se pueda dar —que hoy en día pues ya no es como una situación muy común— quien lo resuelve es la comisión de vigilancia. Porque si el esposo le pegó a la esposa o viceversa —también se da— la comisión es la que arregla todo eso (Sánchez, 2010).
A los reglamentos y mediaciones discutidos y aprobados colectivamente, hay que sumar el hecho de que las comisiones de vigilancia mantienen el sistema de protección y de seguridad de cada asentamiento, y en su caso, entre asentamientos, habiendo establecido numerosos protocolos de reacción ante siniestros, robos comunes, ataques policíacos u otros posibles incidentes, ya que en Acapatzingo, salvo excepciones, no se utiliza a la Policía cuando existen conflictos: “No tenemos confianza en ellos, entonces la seguridad la hacemos nosotros mismos” (Sánchez, 2010). La comunidad mantiene un control espacial que asemeja el control territorial realizado por las experiencias rurales comunitarias.
De igual forma, con la participación colectiva y rotativa se sostiene el mantenimiento de todos los espacios comunes, que incluyen viviendas particulares, banquetas, jardineras, plazas, bodegas, infraestructura y recursos. Es precisamente con el trabajo de cultivo realizado por la comisión de mantenimiento que durante los últimos años se ha logrado sostener los invernaderos que ya se comienzan a intentar replicar en el resto de asentamientos, logrando experimentar con el reparto y la venta interna de sus productos, así como con cultivos destinados a la elaboración de medicinas tradicionales.
Nada de ello sería posible sin una organización participativa desde abajo, que involucra a prácticamente todo el entramado comunitario y familiar. La organización básica del Frente se realiza a través de brigadas que pueden aglutinar entre 10 y 15 familias. Las mismas realizan trabajos transversales que requieren mayor esfuerzo y participación, como son las faenas de mantenimiento o construcción, o bien, se coordinan rotativamente por brigada para la organización de las fiestas colectivas. Trabajo que recuerda el sistema tradicional de los pueblos originarios de tequio, de sistemas de cargos o mingas.
Cada brigada delega en las llamadas comisiones la coordinación de trabajos por rubros, también de manera rotativa. En este sentido, cada brigada envía un integrante a las distintas comisiones: salud, educación, vigilancia, mantenimiento, prensa, cultura y educación y finanzas.[7] Ello integra un cuerpo intermedio de coordinación y de operación permanente en cada asentamiento, que en los hechos funge realizando tareas autorregulativas de la comunidad en su conjunto. De esta manera, se genera una estructura de participación impresionante, que por supuesto, permite una apropiación muy intensa tanto de la gestión del asentamiento como de los procesos deliberativos, decisorios y cooperativos, creando una cultura y una identidad de poder desde abajo.
Además, cada asentamiento cuenta con la máxima instancia decisoria que es la asamblea, a la que cada familia debe enviar al menos a un representante con voz y voto. Generalmente, quienes integran la asamblea y buena parte de las comisiones son mujeres jóvenes. La mesa es rotativa y es en la asamblea cuando “todos confluimos, en que todos sabemos que a pesar de las diferencias que podemos tener, por nuestra procedencia o nuestro origen aquí somos iguales, sabemos que este espacio en la toma de decisiones es como lo más importante para nosotros”. (Sánchez, 2010)
En resumen, la apropiación comunitaria de la tierra, el diseño y la regulación espacial socioterritorial, la construcción de relaciones cooperativas y de división del trabajo colectivo de manera autogestionaria, los emergentes procesos de autorregulación en cuestiones comunicativas, culturales, educativas y de salud, hablan de un proceso urbano de construcción de relaciones de comunalidad y, en buena medida, de una relativa autonomía urbana.
La comunidad urbana
La producción de comunidad urbana no es un proceso sencillo; por el contrario, se trata de un lento y contradictorio proceso de reconstrucción de relaciones colectivas, que han sido debilitadas o fracturadas por el mercado y el Estado. Como plantea una de las mujeres que integra las comisiones de trabajo en el sector Pantitlán: “Nosotros estamos manoseados mucho por el capitalismo. Antes de entrar somos muy individualistas y aquí lo que tratamos es en comunidad… los beneficios son para todos. Nosotros estamos por la autonomía”.
La importancia de la construcción comunitaria urbana tiene que ver también con cómo los sectores subalternos que integran los asentamientos (albañiles, carpinteros, comerciantes ambulantes, vendedores en los vagones de los trenes subterráneos, empleados), recuperan su capacidad sujética de manera colectiva. Con la recreación de los lazos comunitarios los subalternos recuperan la voz. Algunos abortan el proceso por no saber adecuarse a las dinámicas colectivas. Sin embargo, debe entenderse que el proceso organizativo permite a los dominados y a los excluidos que se encuentran en la desposesión material casi absoluta, aunque también en una relativa precariedad subalterna, simbólica, abrir y construir, reconstituir el propio mundo simbólico de cada una de estas familias y de estas mujeres. Como dice Rosario:
[…] lo poco que he aprendido lo he aprendido de la organización […] a mí me ha permitido ser… una mujer total. Aquello de que la mujer sólo era para cocinar o tener hijos aquí en la organización se rompe y no sólo conmigo […] creo que parte de los logros de la organización es la transformación personal que se hace de cada uno de nosotros (Sánchez, 2010).
Por otro lado, la producción de comunidad urbana también golpea la idea dominante de que los mecanismos de gestión y de auto-regulación sólo pueden realizarse en las culturas campesino-indígenas ancladas en la tierra productiva o en la identidad étnica. Si bien uno de los límites más importantes del proceso del fpfvi-unopii es precisamente que sus familias están atadas al trabajo precario y asalariado, lo cierto es que, a pesar de este obstáculo estructural, la producción de relaciones comunales ha sido posible.
En el caso de Acapatzingo y del resto de asentamientos, la producción de comunidad urbana habla de la posibilidad de ir a contracorriente de los mecanismos establecidos por los regímenes de regulación, en los que “el Estado desempeña el verdadero papel de ordenador de la vida cotidiana y bajo la cobertura de la organización del espacio” (Castells, 1974:7). Si pensamos que los elementos centrales de los sistemas comunales no son la tradición, la identidad, la unidad ni la cultura, como de manera dominante se ha hecho desde hace mucho tiempo, la alternativa comunitaria resurge explicando estos procesos urbanos.
Si entendemos los sistemas comunales (Patzi, 2005) como sistemas de gestión económica y política creados desde abajo, de manera rotativa, bajo el mando colectivo, los entramados construidos por familias que no se conocían y que no tenían vínculos previos ni identidades culturales homogéneas se vuelven estructuras neo-comunitarias. Es decir, estas nuevas comunidades no ancladas en la tradición milenaria ni en el arraigo identitario previo, han podido recrearse a partir de un sistema colectivo de trabajo y de poder comunal, de propiedad y de usufructo de los bienes comunes, creando un territorio parcialmente autónomo, si bien no productivamente, sí en la gestión de la vida urbana, en una relación que no es de carácter público-estatal y tampoco privada-mercantil, sino comunal.
Las capacidades autodeterminativas son posibles en la ciudad, enraizadas en la constitución, la construcción y la constante actualización de la capacidad de control de los asuntos comunes. Más allá de si estas experiencias comunales pueden reproducirse, no como alternativas focalizadas sino como alternativas generalizadas, los críticos de sus límites (Harvey, 2012) quizás deberían reconocer que, para pensar en posibles sistemas de gestión urbana más amplios, estas experiencias comunales, tendencialmente autonómicas, tienen mayor prioridad e importancia por ser praxis viviente, única plataforma desde la cual podemos imaginar esos sistemas amplios de autogobierno urbano. Estas maneras de estar, de habitar, de pensar y de hacer juntos —aunque con sus propios límites y contradicciones—, es decir, de manera comunitaria, son la base emancipatoria para repensar lo material, lo urbano, la gestión colectiva y la posibilidad de un mundo otro. Como en un documento del Frente se plantea:
Entendimos que nuestra lucha no empieza ni acaba con un predio o un solar, ni en cuatro paredes y un techo, que la lucha que ha de transformar al mundo empieza por nosotros mismos, por dejar a un lado el egoísmo, por empezar a pensar en colectivo, es decir, empezamos a dejar de ser yo, para empezar a ser nosotros (fpfvi-unopii, 2012).
La experiencia de Acapatzingo y del resto de los asentamientos del fpfvi-unopii es una muestra viva de que la comunidad urbana existe, a contracorriente del mercado y del Estado. Acapatzingo es, además, esperanza, porque en medio de la soledad ha prosperado lo colectivo; porque en medio de la pobreza ha crecido la organización; porque en medio de la gris ciudad ha germinado el verde de sus cultivos; porque en medio de la vorágine de la agresiva, individualista y mercantilizada Ciudad de México, se ha sembrado, ha germinado y ha crecido —como ellos mismos dicen— el “nosotros”.
Referencias
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Videografía: Sánchez, Miguel (2010). Entrevistas a Enrique Reynoso y Rosario Hernández líderes del fpfvi-unopii. Videos originales sin edición para el proyecto “Cooperativa Acapatzingo-fpfvi-unopii” Centro Universitario de Estudios Cinematrográficos. cuec-unam
[1]En un estudio casi exhaustivo, Leslie Serna identificó 51 organizaciones con presencia organizativa en la zona metropolitana (Serna, 1997). Por su influencia política, así como por su número de militantes durante las décadas de los ochenta y los noventa, podemos destacar a la Asamblea de Barrios, a la Unión Popular Nueva Tenochtitlán (upnt), a la Unión Revolucionaria Emiliano Zapata (uprez), a la Unión de Colonias Populares, a la Coordinadora de Cuartos de Azotea de Tlatelolco-Unión de cuartos de Azotea e Inquilinos Independiente (ccat-ucai) y, por supuesto, al Frente Popular Francisco Villa.
[2] El fpfvi-unopii sostiene su identidad explicando que “Retomamos el nombre del General Francisco Villa porque reivindicamos su cuna humilde, su lealtad como hombre, su honestidad, su genio militar, su implacable lucha contra la injusticia, porque consideramos que junto al General Emiliano Zapata representa los ideales más nobles de la Revolución mexicana” (fpfvi-unopii, 2008).
[3] El fpfvi-unopii está integrado por nueve asentamientos ubicados en las delegaciones Iztapalapa, Iztacalco y Tláhuac. En la primera, se encuentran la Cooperativa Acapatzingo en La Polvorilla y la Cooperativa Francisco Villa en Cabeza de Juárez. En Iztacalco, en la colonia Agrícola Pantitlán, se integran los asentamientos denominados Doroteo Arango, Tierra y Educación, Felipe Ángeles y Centauro del Norte. Por último, en Tláhuac se ubican campamentos en las calles Cisnes, Buena Suerte y Francisco Landino, siendo todos ellos procesos más recientes de organización.
[4] El Frente Popular Francisco Villa Independiente-Unidad Nacional de Organizaciones Populares de Izquierda Independiente, es una de las cuatro vertientes del fpfv formado en 1988, el cual se dividió a finales de la década de los noventa, después de que dos de sus expresiones tomaran el camino electoral (fpfv y fpfv Siglo xxi). Una tercera expresión se separaría alejándose del zapatismo (fpfvi). Así, el fpfvi-unopii se identifica por su camino no electoral y también por su cercanía y su alianza con el zapatismo y con las definiciones de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. Es esta última expresión la que describimos en este artículo.
[5] Ají picante
[6] frutillas
[7] En algunos casos, también se han integrado comisiones de jóvenes u otros equipos sectoriales o temáticos, acordes a cada asentamiento.
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