Son miles. Algunos dice incluso, que quizá más de dos millones. Son pobres materialmente, pero su lucha ha mostrado al mundo otra riqueza, que es la de fuerza de la organización. Son campesinos sin tierra o mejor dicho, el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, el MST, como se le conoce en todo el orbe.
En los años setenta y ochenta, como en muchas partes del mundo, la crisis del campo y también la mecanización de a producción dejaron a miles de arrendatarios y parceleros o hijos de agricultores sin donde trabajar la tierra. Su destino parecía condenado, como sucede en muchas partes, a la migración a las urbes. Pero desde abajo fue surgiendo una convicción: luchar por la tierra acaparada por grandes latifundistas en unas pocas manos; pero en especial una decisión: no dejar de ser campesinos.
Surgió una lucha desde hace treinta años cuyos logros son conocidos en todo el planeta y son ejemplo de organización desde abajo. Los Sin Tierra comenzaron a tomar las tierras con su lema “Ocupar, resistir, producir”, no sin fuertes dosis represivas y en condiciones muy difíciles de lucha, acampando en las tomas y con un programa claro: tierra, reforma agraria y transformaciones generales de la sociedad. Todo ellos partiendo de un sueño que con mucho esfuerzo y después de muchos años se ha ido convirtiendo en realidad, que es tener una vida digna, seguir siendo agricultores, tener alimento para sus hijos.
Una vez adentro de las tomas, rompiendo los cercos privados de tierras ociosas o concentradas en manos de sectores enriquecidos y poderosos, luego de años de lucha por la entrega legal de las tierras, donde la represión y la muerte se hizo presente en innumerables ocasiones, comenzaba una ardua tarea, que es la de impulsar la producción desde sus propias manos. Después de varios tropiezos y aprendizajes idearon una forma de asentamiento que llaman agrovilla donde las parcelas individuales de cada familia quedan organizadas alrededor de núcleos de viviendas facilitando la siembra y el trabajo. Y es que una vez entregadas las tierras se tuvo que luchar contra la cultura individualista de que cada quien sólo viera por su propio beneficio. Se tuvo que discutir mucho y deliberar para llegar a acuerdos de cómo organizarse colectivamente para llegar a la forma actual de las agrovillas, una forma espacial de organizar la nueva comunidad rural, pero también la división del trabajo en cooperativas y una nueva forma de vida.
En las agrovillas, además de las parcelas propias existen algunas que se trabajan en común y en cada casa además hay cultivo de hortalizas y árboles frutales. Pero aún más –aunque los hay de muchas formas, tamaños y nivel organizativo- en cada asentamiento se construyen baños colectivos, salas de conferencias e internet y por supuesto un centro de formación del MST ya que según sus dirigentes, en su lucha, es tan importante la distribución de la tierra como la distribución de saberes y conocimientos.
Y es que cuando pasaron varios años acampando exigiendo la dotación de tierras, los niños, los hijos de los sin tierra (los sintierrita, como les llaman) se fueron volviendo una preocupación. Muchos de ellos sin saber leer y escribir pasaban todos los días al lado de alguna carretera pasando los mismos sacrificios que sus padres, obligados por las condiciones de la lucha.
Sin embargo, una vez más, desde abajo surgió entonces la necesidad primero de organizar actividades infantiles y luego sus propias clases, para luego avanzar hacia su propio método pedagógico, basado en la experiencia, en relaciones más horizontales con los educadores –no profesores- y en la organización democrática de la escuela donde los niños y las niñas autogestionan el centro de formación. En algunos casos incluso hay asambleas de niños y niñas donde se aprende a tomar decisiones en colectivo, a distribuirse distintas tareas materiales de cuidado de las escuelas y en especial a desarrollar el pensamiento crítico frente a la realidad. Hoy, son miles de niños los que acuden a los centros del MST, donde se enseña la historia de lucha de sus propias familias, el amor a la tierra y al trabajo. Las escuelas del MST rompen con el modelo tradicional donde el maestro llega a hablar vaciando contenidos como si las cabezas de los niños estuvieras vacías. Los Sin Tierra plantean que es tan importante discutir sobre qué enseñar como la forma de hacerlo. Por eso la comunidad, el equipo pedagógico, e incluso los niños discuten sus planes y programas de estudio. Una educación horizontal, innovadora, participativa y sobre todo, democrática, ha surgido desde abajo.
Así, el MST con sus agrovillas y sus escuelas, con la lucha de los más pobres, cultiva la tierra, siembra en sus niños alegría pero sobre todo germina en los más de cinco mil asentamientos de los Sin Tierra un nuevo mundo. Los “SEM TERRA” siembran, germinan y cosechan, el mañana.