“Se ha despertado el ave de mi corazón
extendió sus alas
y se llevó mis sueños para abrazar la tierra”
Leonel Lienlaf. Poeta mapuche.
Desde entre los bosques nos levantamos como árboles. Somos río, sol y viento, somos montaña, pájaro, fuego, silencio y trueno. Coordinadora Arauco Malleco, 2005
Mapuche: tierra y resistencia.
Ellos y ellas son mapuche[2], “gente de la tierra” en su lengua originaria el mapudungun[3]. Ellos y ellas, habitaban lo que denominaban Wallmapu[4], que es como se nombra al territorio ancestral del pueblo originario reche[5] o mapuche, que abarcaba zonas que hoy son parte de los Estados chileno y argentino en el cono sur del continente. Ese territorio fue arrebatado, como una excepción en América Latina, hasta finales del siglo XIX, después de que los mapuche hubieran logrado mantenerlo durante casi 300 años luego de la conquista, como un territorio propio. A lo largo de los últimos 100 años, una terrible historia de despojo, dominación, represión, depredación y “colonialismo interno” (González Casanova, 2006) pero también de rebelión y lucha por la tierra ha configurado la relación del Estado Chileno y los mapuche organizados y en resistencia. En las últimas dos décadas una nueva oleada de resistencia indígena ha tenido ascenso, representando una de las numerosas batallas por la tierra, el territorio y los bienes naturales en América Latina.
El 1 de diciembre de 1997, Lumaco, en el sur de Chile -en la llamada Araucanía- amaneció bajo el humo de tres camiones incendiados. Habían sido quemados por comuneros mapuche. Las comunidades de Pichilonkoyan y Pilimapu habían realizado una recuperación de territorios ancestrales después de años de reclamos sin solución (Tricot, 2009). Los camiones pertenecían a la empresa forestal Bosques Arauco que, como en casi toda la Araucanía, explota los bosques usurpando y ocupando tierras que los mapuche reivindican como suyas y en particular, produciendo para los mercados de exportación a través de monocultivos de pino y eucalipto que, además, agotan mantos acuíferos y devastan la tierra en un país con un profundo historial ecocida.
Unos años antes, la resistencia mapuche-pehuenche[6], especialmente de mujeres contra la construcción de la presa Ralco se había convertido en un emblema de resistencia pero a la vez de avasallamiento contra las comunidades mapuche. Como en buena parte del continente, los proyectos de represamiento para la producción de energía eléctrica producen numerosos desplazamientos forzados de pueblos, comunidades y familias. La indignación por la construcción final de la presa en 2004 dejaría una marca importante de una nueva fase de expansión de la infraestructura, las inversiones y los proyectos del mercado en lo que antes fue el Wallmapu y hoy sintéticamente se le conoce como la región de la Araucanía.
Hoy, las luchas del pueblo mapuche continúan (Pineda, 2012) en numerosos, aunque locales y reducidos, procesos de resistencia en contra de una expansión capitalista sin límites que podríamos incluso considerar compulsiva tanto por su intensidad como por su agresividad, en un modo de regulación estatal, en donde gobiernos de derechas e izquierdas se suceden sin que el modelo extractivo, impuesto desde la dictadura, cambie de manera significativa.
La resistencia mapuche y la lucha por el territorio, se enmarca en un proceso de largo aliento, de reconstitución y re-emergencia de las identidades étnicas como defensa y preservación ante procesos de desestructuración materiales e inmateriales de las condiciones de reproducción socioculturales ocurridos durante una historia larga de expansión económica y de relaciones opresivas generadas por la construcción del Estado-Nación en toda América Latina y en este caso, en Chile.
Se explica, además, en una larga historia de dominación y exclusión étnica durante la conformación de dichos Estados, y en las tendencias de los movimientos campesino-indígenas, que buscan una redistribución de la tierra desde procesos de reforma agraria de base, cuya principal táctica es la ocupación directa para asegurar el sustento colectivo y la redistribución material para las economías de subsistencia.
La acción de numerosas organizaciones, plataformas, pueblos y comunidades mapuche, se enmarca, al mismo tiempo, en procesos de movilización de los pueblos originarios para resistir a nuevos ciclos y procesos territoriales de desposesión de la tierra y los bienes naturales (posesión, propiedad, gestión y regulación de tierra, bosques, agua); a la vez, su acción se explica a través de la tensión antagónica por la redistribución material de los excedentes de la explotación de dichos bienes y, de manera enfática, por la lucha respecto a quién debe asumir los costos ambientales que implica dicha explotación (contaminación, agotamiento y otras externalidades de costos).
Lucha por ser mapuche, por reconocimiento o autonomía; tierra para la reproducción social, material y cultural-simbólica y a su vez, defensa contra la invasión y desposesión y pérdida del territorio y sus bienes, así como defensa ante los costos ambientales, tienen hilos y dinámicas propias cada una de ellas como luchas del pueblo mapuche en Chile, pero entrelazadas de manera indisociable. Este breve texto trata de describir la dimensión socio-ambiental de dicha resistencia entendiendo que el movimiento mapuche contemporáneo surgido en las últimas dos décadas, representa un complejo conglomerado de procesos urbanos y rurales, comunitarios y organizativos, etnopolíticos y etnoculturales, integrados en una amplia constelación de plataformas organizativas, coordinaciones, comunidades y proyectos mapuche y del cual las organizaciones y luchas de las que hablaremos son sólo una pequeña parte.
Los mapuche y la larga noche del despojo
Los mapuche tuvieron o construyeron una historia singular ante la invasión europea y la conquista. No fueron derrotados. Fueron vencedores. Y lograron contar con un territorio propio, reconocido incluso por el imperio español. En la larga historia de resistencia mapuche, entre 1640 y 1883 los mapuche controlaron un importante territorio al sur de Chile, entre el río Bío Bío y el río Tolten, moldeando lo que incluso algunos llaman “país mapuche”[7]. Esta “anomalía”, determinará que no sea el “capitalismo colonial” (Bagú, 1992) el que someta al pueblo mapuche, sino que será el Estado-Nación chileno decimonónico, en pleno expansionismo imperialista articulado de manera dependiente a la economía del sistema mundo anclada en la hegemonía británica, el que lo haga.
El “país mapuche”, sin embargo, será desarticulado en 1883, al producirse la derrota final de los mapuche en la campaña militar mal llamada “Pacificación de la Araucanía”, despojándolos de su territorio original. (Que comprende las regiones VIII, IX y X[8] del Chile actual) Los vencedores de la época colonial –los mapuche- se convertirán en vencidos frente al Ejército chileno. En esa fecha, tiene lugar una bifurcación en ese pueblo originario. Comienza la historia de desposesión y de cercamiento, de pérdida de territorialidad política y de sometimiento a través del “colonialismo interno” (González Casanova, 2006); de pérdida, despojo y presión sobre las tierras indígenas que los reducirá al 5% de su territorio original[9]; de presión extractiva sobre los bienes comunes naturales y de grandes obras e impactos negativos sobre los ecosistemas.
Significa entonces que es el Estado chileno, el que ha encabezado procesos de usurpación, despojo, arreduccionamiento, explotación, expoliación y devastación del territorio ancestral mapuche a todo lo largo del siglo XX en una historia compleja y enredada que va superponiendo distintas fases y capas de desposesión territorial, que llegan a nuestros días y que implican fases a su vez de depredación ambiental.
Una vez que el pueblo mapuche fue derrotado militarmente, una agresiva expansión sobre el territorio comenzaría en detrimento del propio pueblo. Un largo proceso de acumulación originaria, o mejor, de “acumulación por desposesión” (Harvey, 2003) se ha realizado en poco más de 120 años. Es de resaltarse la desposesión de ganado y de tierras a la que los mapuche fueron sometidos por las fuerzas militares de aquel tiempo, lo que explica no sólo una relación de opresión y violencia sino, esencialmente, la creación de una relación de dependencia material para la sobrevivencia. La que era una sociedad relativamente autosuficiente, fue rápida y abruptamente convertida en una sociedad fragmentada y dependiente del crecimiento agroexportador, proyecto centralista de colonización productiva que invadió paulatina y agresivamente el territorio mapuche.
No obstante, es importante que comprendamos la lógica de acumulación y producción en el territorio de la Araucanía, no como un incidente histórico finalizado hace una centuria, sino como una dinámica permanente sobre la tierra, el territorio y los bienes naturales vigente hasta el día de hoy.
Podemos interpretar la expansión militar del Estado-Nación chileno hacia territorio mapuche como una necesidad espacial, cuyo objetivo fue la resolución del agotamiento de un ciclo de acumulación capitalista. Esta explicación converge con la de algunos investigadores que hablan sobre la creciente necesidad de las élites chilenas por ver al territorio araucano como una posible vía de solución a la crisis económica de 1857 Incluiría dos palabras sobre el carácter de esta crisis (Pinto, 2003). La necesidad de expandirse y de acumular a través de la desposesión fue un imperativo de la reproducción del capital.
El proyecto de expansión que implicó la usurpación del territorio mapuche fue dirigido por el Estado chileno bajo un claro objetivo de producción cerealera que, durante unos años fue exitoso; proyecto sintetizado en la idea de que la región se convirtiera en “el granero de Chile”; es por ello que podemos denominarlo colonización agrícola o de expansión agroterritorial. Algunos autores hablan de una expansión de la producción de trigo al incorporar de 70,000 a 897,000 Qm a la Araucanía, sólo entre 1870 y 1885 (Camus, 2006: 113)[10].
Necesariamente, la colonización agrícola requirió del ferrocarril para sacar los cereales producidos a los puertos de exportación que acompañan la fundación de ciudades y, en torno a éstas, la existencia de ramales de vías de ferrocarril en zonas ricas de producción, ya sea de cereales o de madera. La colonización agrícola era extensiva, monoproductora y centralizante alrededor de las ciudades, a su vez conectadas a los puertos y al mercado global de la agroexportación, siempre a través del ferrocarril. Expansión agroterritorial y medios de transporte reordenaron por completo el territorio y fueron aislando un mundo rural poco o nada industrializado e integrando centros urbanos monopolizadores de servicios (Núñez, 1997).
Después de un periodo de expansión y bonanza económica, comenzaría un proceso de estancamiento, que redundaría en el empobrecimiento del pueblo mapuche ligado de manera indisociable al deterioro ambiental de muchos de laos territorios habitados por ellos. El menoscabo de la región puede explicar un nuevo ciclo de acumulación desacelerada que se extiende desde 1930 hasta 1960:
El agotamiento de los suelos por la sobreexplotación del período anterior, los efectos nocivos de la fuerte erosión que provocan las lluvias en los suelos de las laderas, problemas de precios y rendimientos, a los que se agregan la escasa diversificación de la actividad ganadera y el poco desarrollo de la industria forestal, colocaron a la región en una precaria situación, que se complicó aún más cuando Chile deja de prestar atención a las exportaciones de materias primas para concentrarse en la industria. La Araucanía, zona agrícola por excelencia, no pudo acoplarse bien a este proceso (Pinto, 2009).
El proyecto del granero de Chile, no sólo determinó la desarticulación de los mecanismos de reproducción social del pueblo mapuche (sus medios materiales y simbólicos); también, por su crecimiento durante décadas, agotó las tierras y, como veremos, destruyó el bosque nativo, acelerando la desarticulación territorial para que los mapuche no pudieran sobrevivir como pueblo.
A la par de la expansión agrícola comenzó el repliegue de los bosques nativos debido a los desmontes y al uso descontrolado del fuego para abrir espacio a las grandes extensiones trigueras. Pero no sólo esto. Conforme avanzaba la expansión agrícola, avanzaba también la colonización por extranjeros que promovía el Estado chileno en terrenos fiscales dispuestos para la ocupación de particulares, los cuales se fueron agotando; colonización conflictiva en materia de tenencia de la tierra, que abrió una permanente conflictividad con los mapuche, la cual se extenderá durante todo el siglo XX y hasta hoy.
Las malas técnicas utilizadas en los bosques en territorio anteriormente mapuche, así como el uso del fuego arrasador, eran alarmantes ya desde las primeras décadas del siglo XX. El agotamiento del bosque nativo provocó la erosión de las tierras y, prácticamente, su devastación. Para el fin del ciclo de expansión, en la década de los cuarenta: “En las provincias de Arauco, Bío Bío, Malleco y Cautín, la erosión manifiesta abarcaba alrededor de 1,500,000 has., es decir, el 31% de la superficie de las mismas” (cita?). El empobrecimiento de las tierras debido a la agricultura monoexportadora y el agotamiento del bosque nativo, crearon las condiciones –y la necesidad- para la forestación, pero en una perspectiva de reordenar, una vez más, el territorio para una futura producción forestal. Nuevamente, la concepción de que el territorio puede generar ganancias y productividad, sentará las bases para la enorme producción forestal de hoy en día. La ilusión de una economía de abundancia, a partir de la reconversión territorial hacia la producción forestal, hizo que el Estado y las agencias nacionales e internacionales promovieran e incentivaran el desarrollo de dicha industriaque, otra vez, dependería de los mercados exteriores. A partir de la década de los cincuenta:
Comenzó a producirse un proceso de “modernización” de las actividades forestales y madereras, tanto a nivel de producción como de mercado. En el período, el pino insigne reemplazó como materia prima al bosque nativo en forma notable. (…) Por ello se produjo un desplazamiento territorial de la producción desde los centros tradicionales, de Cautín a Chiloé, hacia aquellas provincias, del Maule a Malleco, que poseían extensas plantaciones forestales. (…) No obstante, todo este proceso del sector forestal aún no alcanzaba gran significación en el contexto de la economía nacional. La actividad maderera no representaba todavía un pilar importante en las actividades productivas del país (Camus, 2006: 247).
A partir del golpe militar, el sector industrial forestal fue relanzado por la dictadura como factor de crecimiento, llegando, entre 1975 y 1994, a un promedio anual de 19.3% en el ramo (cita?). Ello fue posible a través de una muy intensa política de fomento al desarrollo forestal a gran escala, basada en subsidios, en la privatización de la estructura de producción papelera en condiciones ventajosas para los particulares y, en especial, en el traspaso de tierras y plantaciones correspondientes a propiedades estatales y terrenos expropiados durante la reforma agraria. “Del total de 10 millones de hectáreas expropiadas, 3 millones ubicados en la faja costera del país fueron enajenados en licitaciones públicas” (Catalán, 1999: 48).
La licitación de bosques fiscales, la venta de tierras forestadas estatales y la liberalización del mercado de productos forestales (eliminación de cuotas de exportación y aranceles), generaron una enorme expansión. Este crecimiento, prácticamente sin límites, mantiene la premisa de crecimiento infinito en territorio y recursos finitos. Constituye un proceso espectacular de privatización del territorio, de traspaso de tierras destinadas a campesinos y mapuche a manos privadas, las cuales luego serán concentradas por corporaciones forestales. Es un proceso de reconversión territorial para su utilización intensiva en la producción de madera y papel para el mercado global. La dictadura había logrado dejar atrás el viejo proyecto del granero de Chile, estancado durante tres décadas, para convertir a la Araucanía en una maderera y papelera exitosas. Dicha reconversión puede considerarse como un nuevo ciclo de acumulación de capital, basado en los enclaves productivos atractivos para las inversiones trasnacionales, que se concentraban en el sector forestal y en las industrias asociadas, en especial, en la IX región de la Araucanía (Laure Szary, 1997).
El proceso de la industria forestal tiene tres grandes componentes depredadores: las propias plantaciones de monocultivos, la fabricación de celulosa y los aserraderos. Los efectos naturales y sociales de esta reconversión productiva, de la activación de este nuevo ciclo de acumulación basado en la producción forestal, son alarmantes. Existen numerosos trabajos sobre estos efectos. Autores como Montalba y Carrasco, los enumeran de manera breve como: destrucción de bosque nativo, disminución de la biodiversidad, reducción de fuentes de agua superficiales y subterráneas, problemas de salud en comunidades circundantes, contaminación del agua y degradación de suelos como principales “externalidades” negativas asociadas a las plantaciones forestales en el territorio. Como si esto fuera poco, la producción forestal afecta los sistemas culturales mapuche; al verse impedido el acceso a los bosques y a los procesos de mediería con vecinos y familiares, se ven afectados sus cultivos, la horticultura y la manutención de su ganado por la falta de acceso al agua. A ello se debe agregar algunos de los efectos asociados a aserrados y fábricas de celulosa como polución atmosférica de papeleras, partículas en suspensión por altos volúmenes de aserrín; desechos y descargas de sólidos y líquidos.
Si bien esta es una macrotendencia que afecta esencialmente a la IX región, es necesario señalar que, en los últimos 20 años, en todo el territorio anteriormente considerado como País Mapuche se ha estado intensificando un proceso de extractivismo compulsivo.
La industria forestal, basada en la sustitución de bosques nativos húmedos de la región templada-fría (en Argentina y en Chile) por plantaciones de monocultivos forestales (especialmente pinos y eucaliptos), tiene un crecimiento impresionante.
En Chile, la frontera forestal se extiende cerca de 50 mil hectáreas cada año. En ese país, sólo 7.5% de las plantaciones forestales está en manos de pequeños propietarios, en tanto 66% pertenece a grandes capitalistas. Sólo el grupo Angelini cuenta con 756 mil hectáreas, mientras el grupo Matte supera el medio millón (Zibechi, 2008: 121). La evolución de los monocultivos forestales en Chile, deja ver claramente cómo el programa de reordenamiento económico fue provocado directamente por las políticas de la dictadura, mientras su continuidad y su profundización lo fueron por los gobiernos democráticos. Para fines de 1974 -poco después del golpe militar -, la masa de plantaciones existentes en Chile era de 450,000 hectáreas. En 1994, cubría ya un área de 1,747,533 hectáreas, 78.8% de las cuales correspondía a pino radiata y 13.6% a eucalipto (Montalba, 2005). Hacia 2009, el área cultivada alcanzaba 2.1 millones de hectáreas (Gómez Leyton, 2010: 398). En 2010, el sector forestal fue el segundo sector exportador (sólo abajo del cobre) y el primero basado en un recurso natural renovable con casi 2.3 millones de hectáreas.[11]
Este crecimiento invasivo, por supuesto, requiere de cada vez mayor disponibilidad de tierras en un ecosistema que ancestralmente había sido habitado por el pueblo mapuche, tanto en lo que hoy es Argentina como en Chile, correspondiente al territorio mapuche antiguo del Puelmapu y el Gulumapu, respectivamente.
En resumen, podemos afirmar que en Chile ha habido un largo proceso de acumulación de capital, basado en el despojo y la depredación que provoca un antagonismo y conflicto inherente entre el Estado chileno que ha promovido y resguardado dicha expansión económica y los mapuche que luchan por sobrevivir como pueblo. Este largo proceso de despojo significó primero la acumulación por desposesión entre los años 1861-1881-1927; acumulación por colonización agrícola, por expansión agroterritorial de monocultivo triguero entre 1885-1930; un ciclo de estancamiento económico que de manera paralela creaba las bases para la expansión forestal entre 1945 y 1975 y finalmente, un ciclo actual de expansión del capital forestal y en general del extractivismo entre 1975 y hasta la fecha con destino al mercado mundial. Este último ciclo de reterritorialización de mercado además de su plataforma con base forestal, ha sido acompañada de una intensiva y agresiva expansión y multiplicación de proyectos extractivos y de infraestructura que en buena medida han provocado la resistencia de numerosas organizaciones, comunidades y plataformas mapuche.
El eje de crecimiento chileno, basado desde la dictadura pinochetista en un proceso de expansión del sector primario y de las industrias intensivas en el empleo de recursos naturales hacia los mercados de exportación es parte de una tendencia continental que podríamos considerar incluso como un crecimiento hipertrófico – en términos ambientales- de sectores como la industria forestal y la minera. Abiertamente extractivista[12], en Chile como en buena parte de la región, la re-primarización de la economía así como la concentración y extranjerización del aparato productivo regional se ha acelerado.
Podemos afirmar que el movimiento mapuche ha tenido en los últimos 15 años dos grandes expresiones relacionadas con el territorio: el movimiento de recuperación de tierras hacia la reconstitución territorial como pueblo por un lado, y la defensa de la tierra y el territorio por comunidades mapuche afectadas por el crecimiento e inversiones mineras, de infraestructura energética, de infraestructura y comunicaciones, así como de la industria salmonera por el otro.
Aunque la resistencia mapuche y la conflictividad socioambiental puede encontrarse prácticamente en todo el sur de Chile, es claro que el desarrollo de ciertos megaproyectos extractivos y de infraestructura en determinados territorios han hecho reaccionar a los mapuche e iniciar las acciones de defensa de sus tierras, de su territorio y de los bienes naturales que en este se encuentran. Así, en la zona de la cordillera y del Alto Bío Bío y otros acuíferos importantes, los conflictos emblemáticos han tenido que ver con los proyectos de represas hidroeléctricas. Alrededor de las zonas urbanas los proyectos de infraestructura como aeropuertos y carreteras han obtenido numerosos casos de oposición así como la protesta por el crecimiento de vertederos de basura en zona mapuche. Por otro lado, en las zonas costeras el crecimiento de la industria salmonera y de vertederos de las papeleras ha provocado de igual forma la movilización de comunidades mapuche. La extracción minera y los proyectos turísticos se extienden de manera discontinua por todo el territorio mapuche y más allá. Por razones de espacio no podremos describir la pléyade de luchas mapuche que han emergido, especialmente en la pasada década en contra de muchos de estos proyectos para poder concentrarnos en lo que puede ser caracterizado como un movimiento de recuperación de tierras, un movimiento de resistencia contra las compañías forestales y un movimiento etnopolítico para reconstituirse como pueblo.
La Coordinadora Arauco Malleco y la lucha contra la forestales
A pesar de la enorme diversidad de luchas y procesos de resistencia mapuche, queremos resaltar el movimiento de recuperación de tierras que fue llevado adelante por la Coordinadora Arauco Malleco[13] entre 1997 y 2003, el cual se destaca por su intensidad, por sus grados de violencia y por los posteriores niveles de represión estatal en el caso de la. La Coordinadora mapuche de comunidades en conflicto Arauco-Malleco, integrada formalmente en 1998, llegó a aglutinar a entre 30 y 50 comunidades mapuche de las VII, IX y X regiones de Chile. Representa un hito y un parteaguas en las reivindicaciones etnopolíticas y en las formas de acción colectiva tanto por su radicalidad y complejidad por un lado, así como por su abierto proceso de conflictividad frente al Estado chileno por el otro. Reivindicó un proyecto de “liberación nacional mapuche”[14], es decir un proceso de reconstitución nacionalitaria[15]. Estos tres elementos de su accionar y de su pensamiento convierten a la CAM en un actor insoslayable para comprender el movimiento mapuche en su etapa actual.
Como hemos explicado, en la década de los noventa, el crecimiento forestal y la sustitución de bosque nativo por plantaciones de monocultivos forestales, hizo reaccionar a distintos sectores con varias formas de acción colectiva. Las organizaciones no gubernamentales como Defensores del bosque chileno, Greenpeace Chile, Fundación Terram, Instituto de Ecología Política y Bosque Antiguo integraron diversas campañas contra la destrucción del bosque nativo y acciones de incidencia en políticas públicas que lograron detener las posiciones de mayor desprotección impulsadas por los grandes empresarios. Por otro lado, ha surgido la oposición de habitantes, empresarios locales, organizaciones vecinales y comunidades a varios proyectos derivados de la industria forestal, como en el caso del Comité en Defensa del Mar y las comunidades mapuche Lafkenche en oposición a la construcción de un vertedero en Mehuín, de la empresa CELCO con importante resonancia local y nacional.
Sin embargo, entre 1997 a 2003 se vivió una fase ascendente de un movimiento mapuche de recuperación de tierras, en manos de empresas forestales y latifundistas que sin lugar a dudas estuvo encabezada[16] por la Coordinadora Arauco Malleco (CAM)[17]. La acción colectiva contra las forestales y latifundistas desde la CAM, puede resumirse a grandes rasgos en tres ejes muy definidos de movilización:
- Recuperación productiva de tierras ancestrales –que puede considerarse como una violación a la propiedad privada-, impulsando su carácter productivo no mercantil y, al mismo tiempo la explotación forestal de manera colectiva por manos mapuche, es decir, la reapropiación material para usos de sobrevivencia.
2) autodefensa comunitaria de las tierras recuperadas –que resiste de manera organizada la acción violenta de los cuerpos policíacos para desalojarlos de dichas tierras-, por lo que, el resultado son enfrentamientos comunitarios con las fuerzas del orden; y en especial:
3) acciones incendiarias y otras formas de destrucción de maquinaria, insumos, infraestructura y transporte de corporaciones forestales y propietarios privados, es decir, la acción directa (la CAM utiliza la palabra “Chem” en mapudungún para denominar a este tipo de acción colectiva).
Nos interesa desarrollar brevemente estas formas de acción por sus implicaciones políticas y simbólicas para la lucha en defensa de la tierra, el territorio y los bienes naturales. En especial, la acción de recuperación[18] productiva de tierras, ya que implica la confrontación entre propietarios privados que destinan la tierra hacia el lucro (megacorporaciones forestales y latifundistas) y las comunidades y organizaciones mapuche, que orientan la tierra hacia la economía de autosubsistencia.
La “recuperación” es un acto motivado, sí, por la necesidad material de las comunidades mapuche, despojadas de tierra o con tierra insuficiente para la sobrevivencia pero también es un acto de veto, de obstaculización y de hartazgo frente al abuso de las forestales y de la memoria de agravios que han realizado los latifundistas. Estos tres componentes se conjugan, además, con el proyecto etnopolítico de reconstitución del pueblo mapuche que la Coordinadora Arauco Malleco empujó con radicalidad durante el periodo (Pineda 2012). La recuperación es una salida concreta y efectiva para el problema de agotamiento de la tierra, así como para la subsistencia inmediata. La disputa estrictamente material, como hemos dicho, tiene un componente antagónico entre quien posee, generalmente blancos y de apellido europeo, y los desposeídos mapuche. Entre quienes acumulan riquezas y quienes han quedado excluidos de ella. Desde el punto de vista de los integrantes de la Coordinadora, esta redistribución de la tierra, estas “recuperaciones” así como la recuperación de los beneficios de las plantaciones forestales es legítima y justa. Aquí se sobreponen dos dimensiones de demandas. Por un lado, las comunidades adheridas a la estrategia de la CAM desean obstaculizar, detener, resistir las formas productivas de las forestales. Y además, consideran justo tener beneficios de la extrema riqueza que surge como producto de la explotación de tierras que consideran suyas.
Se produce un conflicto de intereses a partir del hecho de que las grandes corporaciones puedan generar una riqueza extrema enclavados en tierras y territorios mapuche que sufren de pobreza extrema. Ello crea un antagonismo que se vuelve demanda. En los primeros años del movimiento, entre 1999 y 2001, las exigencias de cada comunidad hacia las forestales eran muy variadas, oscilando entre un conflicto de corte distributivo, por un lado, y un conflicto socioambiental por los efectos contaminantes de la producción industrial de madera, por el otro. Entre ambos extremos el hilo conductor era la convicción de que dichas tierras les fueron despojadas. Esas exigencias de las distintas comunidades adheridas a la estrategia de la Coordinadora pueden sintetizarse de la siguiente forma:
Demandas de comunidades de la Coordinadora frente a las forestales | Observaciones de la conflictividad |
Denuncia de usurpación de tierras ancestrales. Demanda de restitución de tierras ancestrales o basadas en títulos de merced. | Tensión antagónica por la propiedad y tenencia de la tierra como forma de reproducción étnica o como base de explotación industrial-forestal para la acumulación. |
Repudio a la explotación de bosque nativo por las corporaciones y a efectos derivados de la producción forestal industrial. | Tensión antagónica de distribución ecológica en la que está en discusión quién debe utilizar el territorio y los bienes naturales, así como las consecuencias de su explotación. |
Exigencia de control y explotación forestal por las propias comunidades mapuche. | Tensión antagónica de distribución material y de beneficios. El contraste de ricos y pobres, junto con el énfasis de la situación desesperada y precaria de las comunidades mapuche crea un tercer nivel de conflicto y, a la vez, pone en cuestión la propiedad o apropiación de la riqueza basada en la explotación del territorio considerado de los pueblos originarios. |
Oposición a proyectos de inversión adicionales a la explotación forestal como capital turístico y minero. En numerosas ocasiones, los inversores de otros proyectos extractivos son los mismos del capital forestal. | La expoliación del territorio por capitales de diversa índole acelera la asfixia material de las comunidades mapuche en su territorio, creando tensiones antagónicas frente a las corporaciones y el Estado en su conjunto. |
Fuente: elaboración propia.[19]
Como podemos ver, se yuxtaponen diversos niveles antagónicos: la demanda de recuperación de territorios ancestrales, la exigencia redistributiva de beneficios y, por último, lo que denominamos “conflictos de distribución ecológica” (citar, es un concepto de alier, no? E incluir en la bibliografía), es decir, aquellos surgidos a partir de las asimetrías y desigualdades sociales, espaciales y temporales en el uso de los recursos y servicios ambientales. Guha, señala que estas luchas podrían ser consideradas como expresiones de un nuevo tipo de conflictos de clase: “Mientras los conflictos tradicionales se libraban en los campos o en las fábricas, esas luchas tienen por objeto los dones de la naturaleza (como los bosques y el agua), que todos quieren pero que son cada vez más monopolizados por algunos” (Guha, 1994: 139). Esta conflictividad, este antagonismo, muestra paralelismos con las disputas socioambientales en varias partes del mundo.
Por otro lado, la recuperación productiva no se realiza para buscar la regularización, ni como medida de presión para una negociación posterior de tierras (lo que diferenciará a la CAM de otras organizaciones y plataformas mapuche), sino que se basa en la acción directa redistributiva.
Estas recuperaciones sustituyen el comando de la acumulación de capital por una orientación no basada en el mercado. Reemplazan la explotación controlada por las corporaciones por una relación productiva de control colectivo-comunitario. En el análisis de los integrantes de la CAM se aspira incluso a la recomposición territorial de los ecosistemas: “En algunas partes ya tenemos mejor agua, mejores vertientes, rebrota el canelo, el arrayán, el bosque nativo, aunque es un proceso que recién comienza”.[20] Literalmente, estas recuperaciones sustituyen plantaciones forestales de monocultivos para la industria y los mercados de exportación por cultivos de autosubsistencia locales; es decir, se pasa del enriquecimiento de familias de propietarios a la redistribución para la subsistencia colectiva.
La lucha, entonces, no es sólo por el control de la tierra sino por una forma de reproducción social, anclada en el objetivo de sobrevivir en colectivo, y además, como mapuche. De manera que, es una disputa por posesión de tierra y por los mecanismos etnoproductivos, por la forma y figura de la producción para subsistir, que es, a la vez, material, semiótica, simbólica, cultural, identitaria (Echeverría, 2001). Se “es”, también por la forma de “hacer”.
El líder de la Coordinadora, Héctor Llaitul, es quien de manera más compleja explica el proceso de la recuperación, narrando el fenómeno como identitario, entendiendo la identidad no sólo como vestimenta, lengua, sino también como forma productiva, manera de división del trabajo, relaciones de reciprocidad colectivo-comunitarias, relación no mercantil con la tierra. El “ser mapuche” es al mismo tiempo forma de vida material-simbólica, ya que “producir, es significar” (Echeverría, 2001); además, la recuperación es proceso de dignificación de lo propio en antagonismo con las otras formas productivas:
[…] en las comunidades que están controlando, haciendo control territorial pero reconstruyendo esto sobre la base de lo que yo te hablaba: “a lo mapuche” y eso significa anticapitalista, significa el mingaco, significa la solidaridad, significa lo comunitario, lo “comunista” podría decirse, distribución igualitaria y significa cuidado con la tierra, no depredación, no entrar en la lógica de la economía, del esfuerzo que genera el capital, que es para unos pocos, la explotación… no, esto es distinto y esto implica potenciar “poder mapuche” no solamente poder económico, poder político, reconstrucción de tejido social porque es distinto organizarse teniendo comida que no teniendo comida o con dignidad a no tenerla. Por eso la gente pelea, por eso sale a defender lo propio y salen mujeres, ancianos y niños, porque ellos saben lo que quieren y lo están asumiendo más y algunos dicen “Yo no voy a pelear para volver a ser un asentamiento como era antes, ahora yo peleo por ser mapuche y ser `a lo mapuche’…”[21]
Este “control territorial” fue avanzando paulatinamente. En 2001, la Coordinadora sumaba sus experiencias de recuperaciones en una entrevista:
Tenemos experiencia de autonomía territorial en Tirúa, donde controlamos alrededor de 4000 hectáreas. Allí las forestales no tienen nada que hacer. Además, controlamos en Traiguén, específicamente en Temulemu, Pantano y Didaico, 2650 hectáreas; 500 hectáreas en Collipulli; en Chol Chol, 800 hectáreas; en Chequenco son 400 hectáreas con un espacio sembrado de 120 hectáreas. Es decir, son alrededor de 9 mil hectáreas donde podemos hablar de control territorial. [22]
Dos años después, en 2003, hablaban ya de 17 mil hectáreas “recuperadas”, a través de múltiples y diversos procesos con distintos resultados:
La características de estas recuperaciones de hecho, algunas de ellas impulsadas en forma directa por esta organización y otras gestadas espontáneamente por las comunidades, es que se mantienen en manos mapuche, que hacen producir la tierra para beneficio colectivo. Las experiencias son variadas. En ciertos casos, se trata de tierras recuperadas hace varios años y que han pasado por sucesivos desalojos y nuevas recuperaciones hasta llegar a una especie de estabilidad bajo control mapuche. En otras situaciones, las tierras están en permanente disputa si bien la comunidad no ha logrado cultivar ni asentarse en ellas, tampoco la empresa ha conseguido materializar sus proyectos de inversión. Son distintas modalidades de control territorial en construcción, que a la vez es punto de partida para la creación de la autonomía.[23]
Existe un importante cúmulo de investigaciones sobre el primer componente de acción de la Coordinadora, el cual hemos referido como ocupación y reapropiación material, que incluye beneficios de las plantaciones forestales, y que también es realizado por otros movimientos campesino-indígenas en otras latitudes. Por ejemplo, en tierras forestales de Ghana, en el continente africano, jóvenes de las comunidades contiguas a las plantaciones y a los bosques se ocupan de cosechar troncos y, además, de establecer nuevos cultivos. En ese proceso,
La tala de árboles en los bosques se vuelve un acto de provocación en contra del negocio de la exportación de madera, que ha infestado la vida de las comunidades que viven a los bordes del bosque y es una afirmación simbólica de los derechos sobre la tierra (Amanor, 2008: 125).
En el sur de ese país, una de las alienaciones más significativas de tierras ha sido la instalación de plantaciones palmeras para la obtención de aceite, representada en la Corporación de Desarrollo del Aceite de Palmera de Ghana que, para la producción, requirió de tierras aborígenes, creando un conflicto por ellas. La imposición de esta producción provocó una crisis enorme en las formas de sustento de mucha gente del área. Muchos de ellos cosechan ilegalmente manojos de palmeras de aceite de la Corporación durante la noche. Los jóvenes de la región de Kwae justificaban sus actividades nocturnas diciendo “nosotros también tenemos que comer” (Amanor, 2008: 128). Argumentaban que las tierras les pertenecen, que se les han arrebatado injustamente y que, por lo tanto, tienen derecho moral a cosechar sus frutos.
Tanto en África como en América Latina, la “reapropiación” de plantaciones extractivistas de monocultivos por parte de comunidades indígena-campesinas, parece ser la respuesta colectiva a las necesidades de sobrevivencia, en tanto “la territorialización del capital significa la desterritorialización del campesinado y viceversa” (Mançano, 2008: 337). Ello crea un antagonismo esencial: territorio mercantilizado que desestructura no sólo comunidades de autosubsistencia sino también espacialidades etnoterritoriales y etnopolíticas. El desgarramiento, fragmentación y cercamiento de los territorios etnoproductivos significa un ataque que dinamita las relaciones etnopolíticas y etnoculturales. Sin sus bases territoriales, éstas se erosionan y, en muchas ocasiones, colapsan.
Las acciones incendiarias realizadas por la Coordinadora, se encuadran en otro tipo de acción colectiva, explicables bajo otras claves de la movilización. Mientras en las acciones colectivas anteriores se destaca la reapropiación y la recuperación material de bienes naturales y productos de las plantaciones industriales, existe otro orden de la acción colectiva que significa daño o destrucción material, que implica infligir pérdidas económicas a la agroproducción, o incluso provocar su interrupción. En ambos casos (recuperación-reapropiación y acción incendiaria), la acción colectiva es considerada ilegal e incluso criminal. Sin embargo, el primer grupo de acciones colectivas tiene mayor grado de legitimidad social a nivel de ciertos sectores, mientras las acciones incendiarias, ciertamente, son más polémicas. A pesar de ello, en los movimientos socioambientales actuales existen numerosos ejemplos de defensa territorial o de acción destructiva material, a los que podríamos llamar sabotaje o “acción directa”.
Refiriéndonos nuevamente a Ghana, frente a la expropiación estatal en beneficio de la División de Producción de Cacao, que obró en detrimento de pequeños agricultores, surgió una importante resistencia que incluyó el sabotaje al trabajo, destruyendo la planta de semillas híbridas de cacao. La acción, “posiblemente refleja la reacción de un sector de los habitantes de Mim en contra de lo que ellos llaman “incautación ilegal” de sus tierras y granjas para el proyecto de la plantación” (Amanor, 2008: 126). Acciones similares, pueden constatarse en Nigeria, donde el Movimiento por la Emancipación del Delta del Níger, un movimiento armado en confrontación con las petroleras extractoras, a pesar de una feroz represión logró que la producción diaria bajara de 2 millones y medio de barriles a menos de millón y medio (Velloso, 2009). O en Italia, donde la Asociación Ya Basta destruyó el campo de cultivo de maíz transgénico que, en este país, abría la puerta a dicha producción, o como algunas acciones en el mismo sentido del Movimiento Sin Tierra en Brasil (Navarro y Pineda, 2011).
Entre las acciones de las organizaciones que son parte de la Vía Campesina a nivel mundial, se destacan la quema de semillas, así como de ensayos y cultivos transgénicos en distintas partes del mundo. En Francia, sobresalen, en especial, los “faucheurs volontaires” o “segadores voluntarios”,[24] que constituyen una agrupación de casi 5000 personas lideradas por José Bové. Todas ellas están dispuestas a ir a la cárcel por sus acciones destructivas de plantaciones de grandes corporaciones como Monsanto. Los segadores voluntarios se oponen a los cultivos de organismos genéticamente modificados, mediante la destrucción de las plantaciones, acciones criminales de acuerdo al código penal francés, por lo cual Bové ha sido procesado y encarcelado en varias ocasiones. En una de las numerosas acciones, la destrucción ascendió a 130 mil plantas de maíz transgénico.[25] El boicot de los faucheur volontaires cuenta con a) un plan sistemático de acción; b) dicho plan de destrucción es público; c) enfoca su acción contra grandes corporativos trasnacionales y significa enormes pérdidas económicas. Estas tres características tienen paralelismos con la acción mapuche de la CAM que realizan acciones directas de boicot que denominan de autodefensa en contra de las forestales.
Así, los mapuche iniciaron una forma de presión política basada en la destrucción material de la propiedad de las forestales y latifundistas a partir de incendios que, emblemáticamente, habían comenzado en diciembre de 1997, precisamente cuando un nuevo movimiento mapuche irrumpía con la quema de camiones privados, y mientras tenía lugar un ciclo ascendente de movilizaciones, protestas y recuperaciones de tierras. La CAM describe así una de las innumerables acciones incendiarias realizada por ellos mismos en 1999:
Miércoles 26 de Mayo- En la madrugada del día miércoles un nuevo ataque se realizó a las instalaciones de la Hacienda Lleu-Lleu […] Aproximadamente a las tres de la madrugada un grupo de mapuche procedió a ingresar al predio – que se encuentra con protección policial desde el último ataque en marzo pasado -, procediendo a incendiar un galpón que contenía alrededor de 3,000 fardos, gran cantidad de maquinaria agrícola y semillas, todo evaluado en más de 100 millones de pesos. Cabe destacar que la acción se enmarca dentro de las protestas de las comunidades Lafkenche.[26]
Son estas acciones más destructivas y más espectaculares las que retoma la prensa y son fácilmente detectables. Sin embargo, también existen acciones de hostigamiento y boicot de menor impacto que, se articulan como una estrategia “hormiga” de acciones moleculares contra corporaciones y latifundistas. . Al analizar de manera detallada estas acciones podemos identificar sus principales características .
El patrón de actuación se caracteriza primero, por el hecho de que no existen acciones directas aisladas, desvinculadas de procesos de lucha por la tierra o de demanda territorial. Es decir, la acción incendiaria o de daño material está siempre ligada a una demanda o a un proceso de recuperación de tierras. La acción directa “acompaña” los procesos de recuperaciones, los cuales son dirigidos única y exclusivamente contra compañías forestales y contra propietarios privados considerados agricultores latifundistas o poseedores de grandes extensiones de tierra. No se presentan acciones contra transeúntes, agricultores pobres u otros mapuche o habitantes[27].
Asimismo, es evidente que las acciones no buscan como objetivo el daño físico o el ataque a personas. El objetivo -como hemos mencionado en varias ocasiones-, es causar daño material a los propietarios privados (forestales o particulares), como táctica de presión política en torno a las recuperaciones de tierras, es decir, en torno a la disputa por la tierra y el territorio con las forestales y otros propietarios. Todas las acciones mantienen un alto grado de planificación (generalmente son realizadas por las noches, cuando hay menos personal en los fundos, evitando enfrentamientos, daños o heridas a las personas; en ocasiones, amedrentando a guardias pero no atacándolos; actuación en colectivo – entre 6 y 30 o hasta 40 personas;[28] utilización del factor sorpresa, etc.), y también, que los insumos utilizados son de fabricación casera, de fácil acceso comercial o cotidiano (palas, azadones, palos, bombas molotov, piedras), lo que hace evidente que no hay una preparación armada profesional o con altos recursos ni tampoco uso de armamento convencional. Por último, resulta evidente el área y las comunidades en las que tiene influencia la CAM, acotadas y delimitadas a ciertos procesos de lucha perfectamente identificables.
La CAM tiene un profundo análisis de lo que sucede en su territorio, incluso sofisticado. En sus documentos abiertamente sostienen que deben resistir la invasión territorial que han sufrido:
Cuando afirmamos que el pensamiento ideológico que se reconstruye tiene como base nuestra cosmovisión, nuestra cultura y religiosidad, estamos haciendo definiciones en el sentido de reafirmar nuestra condición mapuche y de Pueblo Nación; definiciones que nos hacen contraponernos a un sistema que no es nuestro, que nos oprime y que, más aún, nos condena al exterminio. Por lo anterior, es que nos definimos anticapitalistas, porque este sistema centra su acción en la apropiación de la riqueza en manos de unos pocos en desmedro de las mayorías, porque se explota a los hombres y se les impone un sistema de dominación, se destruye la naturaleza, el ecosistema; situaciones absolutamente contrapuestas a la concepción de nuestro pueblo sobre el hombre, la vida y el mundo, poniéndose en riesgo nuestro sistema de vida, nuestra cultura, la que tiene como base de sustentación el equilibrio del hombre con los demás elementos de la naturaleza, en donde las relaciones resultan más justas y más humanas. En la actualidad el sistema capitalista invade nuestro territorio y, por lo tanto, su avance pone en serio riesgo nuestra existencia como Pueblo Nación Mapuche. Incluir nota al pie citando el documento utilizado.
Así, la lucha representada en la CAM puede resumirse en su acción de recuperación de tierras, de autodefensa, de acción directa contra las compañías forestales y latifundistas, así como de resistencia a los efectos depredadores del territorio, por lo que podemos enfatizar su dimensión socioambiental siempre y cuando entendamos que su lucha emerge a la vez de un proyecto de reconstitución de rearticulación como pueblo.
Queríamos resaltar en este texto las “acciones directas” que los mapuche denomina “chem”, para dimensionar el nivel conflictual entre las forestales y la CAM, por un lado; y para entender la reacción represiva que se desató en contra de esa organización hasta llegar prácticamente a su desarticulación, por el otro. Muchos de sus líderes han sido apresados y muchas de sus comunidades fuertemente intervenidas policialmente.
También queríamos enfatizar el largo proceso de despojo enmarcado en una historia centenaria que, de manera indisociable, fue invadiendo el territorio de los pueblos originarios para lograr una nueva territorialización de mercado y, como consecuencia directa, degradando el territorio, sus bienes naturales y las bases materiales y simbólicas del pueblo mapuche. La acumulación por desposesión es a la vez, depredación y expoliación en nombre del desarrollo, el crecimiento y la máxima ganancia.
Por último, hemos enfatizado de manera apretada, la descripción de las recuperaciones de tierra, por su sentido emblemático: la defensa de la tierra, el territorio y los bienes naturales, está articulada en el caso mapuche y en muchos otros con la defensa de una forma de vida, de una manera de producir y significar el territorio. Así, las luchas socioambientales si bien originadas en estructuras y tendencias de acumulación globales y sistémicas históricas también emergen desde una multiplicidad de subjetividades políticas y culturales, en una diversidad de formas de reproducción social distintas o alternas al mercado capitalista.
A su vez, la defensa de la tierra en el caso de la Coordinadora Arauco Malleco -al igual que en otros casos de América Latina- está articulada a procesos de constitución política alternativa, no estadocéntricas, que tratan de desarticular los procesos de colonialismo interno y de dominación etnoclasistas, así como rechazar la sujeción a las formas del mercado. Si bien la lucha de la CAM fue duramente reprimida y prácticamente desarticulada en los años recientes, lo cierto es que representa un ícono de resistencia y lucha que entrelaza una forma tanto cultural como política de entender y significar el territorio en abierto antagonismo con el expansionismo extractivista de gobiernos de derecha y de centro-izquierda. Así, la lucha por el territorio, por el Wallmapu, es a la vez la lucha por existir como pueblo, por lo que su radicalidad y urgencia es una lucha contra la extinción. Se protege a la tierra y se lucha por ella, porque significa la base de la reproducción como mapuche. La lucha por el territorio, a su vez, sólo es posible a partir de la re-construcción de un sujeto político colectivo, en este caso, el pueblo mapuche.
La batalla por el reconocimiento como pueblo va mucho más allá de un cambio en los textos constitucionales; es antagonismo abierto por la existencia de una alteridad que integra sus propias formas autogubernativas y etnoterritoriales, formas y relaciones inaceptables para el poder y el Estado, que niegan por completo su reconocimiento. Sin embargo, a pesar de la represión y la desarticulación del movimiento de recuperación de tierras, al momento de escribir estas líneas algunos procesos de boicot con acciones incendiarias contras las forestales continúan, luego de más de 15 años de defensa del territorio. La batalla por el Wallmapu, por la existencia del pueblo mapuche contra la invasión del mercado, esta rebeldía en defensa del territorio, al parecer, está lejos de haber terminado.
REFERENCIAS
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[1] Doctorante en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Sociólogo por la UAM Xochimilco. Maestro en Estudios Latinoamericanos. Profesor de Asignatura adscrito al Centro de Estudios Sociológicos en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-UNAM.
[2] Mapuche, en mapudungun (mapuzugun), lengua originaria de ese pueblo, significa literalmente “gente de la tierra”; por lo que, en su utilización castellana sería injustificado e incorrecto utilizar el plural “mapuches”. En este trabajo usaremos la denominación “mapuche” en la concepción originaria que no requiere su castellanización.
[3] (mapuzugun), Mapu: es la tierra y todos los componentes y particularidades de vida que en ella existen. Es a su vez, el espacio trascendente identificado por los mapuche. Zugun: hablar. En la cosmovisión mapuche no sólo hablan las personas; también lo hace la tierra, a través de sus diversos elementos, como los pájaros (Millalén, 2006: 20).
[4] Territorio mapuche histórico, constituido por el Puelmapu y el Gulumapu. El primero, corresponde geográficamente al espacio ubicado desde el oriente de la cordillera de los Andes hasta el océano Atlántico. El Gulumapu comprende la parte oeste del territorio mapuche, localizada desde el océano Pacífico hasta la cordillera.
[5] Reche, significa “gente verdadera”. En un emblemático trabajo, Guillaume Boccara postula la transfiguración ética o la etnogénesis del pueblo reche, que se convierte en pueblo mapuche como respuesta identitaria frente a la invasión y a la conquista española. La denominación mapuche aparece por primera vez en un registro en 1760 (Boccara, 2007: 21).
[6] Los pewenche o pehuenche no eran de la misma etnia mapuche y hablaban otro idioma. “Fueron ‘araucanizados’ a mediados del siglo XVIII, y a comienzos del siglo XIX no se diferenciaban casi de los mapuche del Valle más que por sus costumbres particulares” (Bengoa, 2000: 94).
[7] Chile se extendía, a mediados del siglo pasado [XIX], desde la Cordillera de los Andes al Pacífico y desde el despoblado de Atacama hasta la Tierra del Fuego. A medio camino, casi 550 km al sur de Santiago, quedaba, sin embargo, un territorio hasta el cual no llegaba la autoridad del Estado: la vieja frontera mapuche. (…) Con bastante autonomía y regulada por los principios propios de una frontera que seguían compartiendo los huincas y mapuche, la Araucanía se convirtió en una especie de Estado incrustado en otro, el chileno, en pleno proceso de formación (Pinto, 2003:132).
[8] La VIII región corresponde al Bío Bío, con su capital en la ciudad de Concepción; la IX región, a la “Araucanía”, cuya capital es Temuco y, la X región, a Los Lagos, teniendo su capital en Puerto Montt. En años recientes, a partir de esta última región se ha establecido una nueva, “Los Ríos”, división administrativa aprobada en 2007, que creó la XIV región con capital en Valdivia.
[9] Aunque los cálculos varían, se habla de que los mapuche ocupaban alrededor de 10 millones de hectáreas quedando reducidos a poco más de 500,000 hectáreas (cita?).
[10] A su vez, Camus (2006) retoma la cita de Hurtado, Carlos, “Concentración de población y desarrollo económico. El Caso Chileno”, año? p 161.
[11] Corporación Chilena de la Madera (CORMA). www.corma.cl
[12] […] el actual capitalismo globalizado se ha reconfigurado como un elemento clave en el desarrollo actual latinoamericano. El extractivismo se define aquí como actividades por la extracción de enormes volúmenes de recursos naturales, y cuyo destino principal es la exportación. El volumen apropiado incluye tanto el recurso final comercializado como otros materiales perdidos o afectados en esa extracción (de esta manera se suma la “mochila ecológica” al producto final; por ejemplo, por cada tonelada de cobre obtenida, en promedio se deben remover 500 toneladas de materia). El consumo interno es pequeño, y por lo menos el 50% es exportado.
[13]. En la historia de la Coordinadora de comunidades en conflicto Arauco Malleco podemos ubicar tres grandes ciclos de acción colectiva: un período de formación y ascenso entre 1997 y 2002; una etapa de represión y contracción de la acción colectiva entre 2003 y 2011; y una fase de abierta desarticulación o debilitamiento a partir de las detenciones de sus líderes en 2009, el cierre de los juicios en su contra en 2011 y el debilitamiento de la participación comunitaria hasta la fecha.
[14] Véase el Planteamiento político-estratégico de la Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauco-Malleco en http://www.nodo50.org/weftun/
[15] Entrevista a Héctor Llaitul. Diálogo sobre el proyecto emancipatorio de la CAM. 29 de febrero de 2012.
[16] Compartimos la tesis que plantea el protagonismo central de la Coordinadora en el movimiento contemporáneo mapuche, también defendida en: Fernando Pairicán y Rolando Alvarez. La nueva Guerra de Arauco. La Coordinadora Arauco-Malleco y los nuevos movimientos de resistencia mapuche en el Chile de la Concertación (1997-2009) en Una década en movimiento: luchas populares en América Latina en el amanecer del siglo XXI. eds. Julián Rebón y Massimo Modonesi. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales – CLACSO, Prometeo Libros, 2011, 45-68.
[17] La Coordinadora Arauco Malleco no es la única organización mapuche que integró el movimiento de recuperaciones de tierras. El Consejo de todas las Tierras y la Identidad Territorial Lafkenche en su momento utilizaron también la táctica de la recuperación así como comunidades autónomas de cualquier organización intercomunitaria. Sin embargo, por la forma, profundidad y extensión de la acción colectiva y sus fines, podemos sostener que es la CAM quien representa con mayor nitidez una estrategia de control territorial basada en las recuperaciones. Por otro lado, han surgido comunidades autónomas que replican la forma de acción colectiva de la coordinadora, sin el impacto que esta tuvo.
[18] La legitimidad de la acción mapuche se basa en la persistencia de una memoria colectiva de la historia de despojo. Por ello, se “recupera” la tierra, y no se conceptualiza como “toma”, tal como sucede en otros movimientos indígenas y campesinos del continente. La noción de “recuperación de tierras” es también la forma de verbalizar la acción como parte de la identidad subalterna mapuche
[19] Con base en documentos y comunicados públicos de la Coordinadora Arauco Malleco.
[20] “La estrategia de la Coordinadora Arauko Malleko. Hablan sus dirigentes”. Revista Punto Final. No 507. Del 12 al 25 de octubre de 2001, pp. 15-16.
[21] Entrevista a Héctor Llaitul. Conversando sobre antagonismo y lucha mapuche. 25 de enero de 2012.
[22] “La estrategia de la Coordinadora Arauko Malleko. Hablan sus dirigentes.” Revista Punto Final. No 507. Del 12 al 25 de octubre de 2001, pp. 14-15.
[23] “Esta tierra es nuestra. 17 mil hectáreas recuperadas por la Coordinadora Arauco Malleco.” Revista Punto Final no 544. 23 de mayo al 5 de junio de 2003, pp. 16-17.
[24] “Cortadores voluntarios” en otras referencias.
[25] La Jornada. 16 de noviembre de 2005.
[26] CAM: “Sr. Quintana, esto recién comienza!” Comunicado público. 26 de mayo de 1999.
[27] A partir de 2013 grupos aparentemente no ligados a la Coordinadora Arauco Malleco comenzaron a realizar acciones incendiarias e incluso armadas en contra de latifundistas que han generado una nueva crisis en Chile. Sin embargo, hasta ahora, es difícil evaluar aún el origen del cúmulo de acciones realizadas durante 2013. La Coordinadora Arauco Malleco se ha deslindado de dichas acciones.
[28] Aunque el número varía y a veces no hay testimonios sobre los realizadores de las acciones, la mayoría de las notas periodísticas consignan la presencia de hombres encapuchados, en grupos de no menos de 5 personas y, en ocasiones, grupos considerables de 30 personas o más.