En buena parte de la obra de Adolfo Gilly hay un hilo rojo que une cada uno de sus trabajos: la búsqueda incesante de comprender las luchas de los de abajo a partir de su propia mirada, de empatizar con los motivos profundos que mueven sus rabias y dolores, de escuchar lo que parece inaudible si no se agudiza el oído.
Y es que tanto la historia, como la interpretación política hegemónica soslayaron a la gente común y sencilla, invisibilizaron a los siempre invisibles, enmudecieron y clasificaron como actores secundarios a los siempre oprimidos, haciendo parecer que la historia se hace y se escribe desde arriba.
Gilly abreva de una tendencia teórica que va a contracorriente de la mano de Guha, Thompson, Benjamin o Gramsci y hace germinar a partir de su íntimo diálogo con ellos, una de las visiones más ricas e iluminadoras de esa esfera invisibilizada que no solo implica identificar y describir a los actores de abajo, sino comprender su acción y palabra. Una y otra vez, de manera contundente y cada vez más sofisticada a lo largo de sus escritos se nos aparece una política otra, un mundo que parece desconocido e inexistente: la política de los subalternos, la política de los dominados, la política de quien también hace la historia.
Nuestro autor reconstruye esa esfera, la de la política de los subalternos, no desde la empatía sociológica del verstehen, ni sólo desde la mirada del marxismo crítico de los teóricos que hemos nombrado, sino desde la mirada militante de quien ha luchado, sufrido y caminado con los de abajo. Cuando leemos a Gilly interpretando los motivos, sueños y enojos más profundos de los zapatistas mexicanos de antes y ahora, o de los quechuas y aymaras del pasado y del presente reciente, se nos aparece un cosmos, un mundo ininteligible desde la mirada del poder y la ciencia social hegemónica. Y si Gilly logra una y otra vez acertar y develar ese mundo subalterno no es sólo porque lo estudie, interprete y teorice, sino porque ha estado ahí, luchando y caminando juntos a pueblos, comunidades y clases populares.
Esa conexión íntima, más que un diálogo con los Subaltern Studies de Guha, es un diálogo permanente con los de debajo de ayer y hoy, porque Gilly los considera sujetos de la historia y como tales los respeta, lo que le permite establecer una mirada horizontal con todas sus luces y sus contradicciones, con toda su potencia y también con sus límites.
El trabajo de Adolfo Gilly entonces es siempre reflexivo, interpretativo y teorizante, a la vez que descriptivo e historizante, pero en su corazón está el antagonismo de las clases subalternas en su larga lucha contra sus dominadores. El resultado, a pesar del lenguaje comprensible y didáctico de quien pretende divulgar en sus últimas obras, es sumamente complejo, fértil e iluminador.
Reconoce, en estos trabajos, como lo hacía desde “La revolución interrumpida”, los antagonismos esenciales y conflictos de interés y de clase pero también -y esto es importante- los significados y modos de vida, los agravios morales, las humillaciones y los actos simbólicos del lenguaje como parte de la trama de la dominación. Por eso su marxismo crítico es abierto y enriquecedor.
Dice Gilly en Historias Clandestinas:
entonces cuando la rebelión estalla, en el grito instantáneo y reiterado: “El patrón no comerá más de nuestro sudor”, se condensa y se cristaliza a plena luz, vez tras vez, esta relación antigua entre agravio y despojo, entre humillación y mando, tanto tiempo cubierta de silencio y por las apariencias de la dominación, la subordinación y la deferencia. El agravio pide venganza, la humillación, desquite”.
Parte siempre del clivaje de las clases subalternas, de su mundo relativamente autónomo, en constante tensión, negociación, resistencia y de vez en vez, sublevación con las elites gobernantes y las clases dominantes, reconociendo al Estado como el modo de estabilizar esa fluctuante relación. Por ello, la historicidad de las relaciones de dominio se develan no sólo cambiantes, sino explicables al momento que ilumina su debilidad: la rebelión y la revolución.
Comprende y busca a contrapelo, las tramas de saberes, conocimientos, aprendizajes, haceres, relaciones materiales e inmateriales, reales y simbólicas, míticas y discursivas de los subalternos que les permite resistir a sus dominadores, y perdurar como sujetos, sí, subordinados, pero nunca del todo. Y reconstruye cómo ese mundo propio de los indígenas, de los campesinos o de los trabajadores se despliega en el momento de la movilización para la rebelión activando todos sus recursos, fuerzas y fortalezas, haciendo explicable cómo el poder y el dominio entran en crisis y las razones de su colapso con la ruptura generalizada del mando y la obediencia. Dice Gilly sobre ese momento, ese rayo que ilumina la larga noche de la dominación que es la revolución:
Una revolución no es algo que pasa en el Estado, en sus instituciones y entre sus políticos. Viene desde abajo y desde afuera. Sucede cuando entran al primer plano de la escena, con la violencia de sus cuerpos y la ira de sus alamas, esos que siempre están, precisamente abajo y afuera: los postergados de siempre, los dirigidos, aquellos a quienes los dirigentes consideran sólo suma de votantes, clientela electoral, masa de acarreo, carne de encuesta. Sucede cuando ésos irrumpen, se dan un fin político, se organizan según sus propias decisiones y saberes y, con lucidez, reflexión y violencia, hacen entrar su mundo al mundo de los que mandan y logran, como en este caso, lo que se habían propuesto. Los que viene después, vendrá después.
En una de las nueve tesis presentadas en el Siglo del Relámpago sobre ese después afirma quizá uno de los pasajes más contundentes y críticos sobre la historia:
Toda comunidad estatal contiene en su interior una relación de dominación/subordinación, históricamente conformada, en la cual una elite detenta el ejercicio de ese monopolio y rige de un modo estable de extracción y reparto del plusproducto social. Defino la revolución como una ruptura violenta de dicha relación por parte de los dominados. Cada revolución victoriosa establece una nueva relación de dominación con una nueva elite, no la abolición de toda dominación. Esta ha sido norma de todas las revoluciones conocidas
De la importancia de la sublevación y la revolución en tiempos extraordinarios, y de la resistencia, el litigio y la negociación en tiempos ordinarios por parte de los subalternos emerge el arco histórico que une y explica esa otra esfera de los de debajo y de su política, pero en especial esa otra temporalidad, o mejor dicho, esos otros tiempos, que no coinciden con los oficiales, ni con la cronología hegemónica, sino con el flujo histórico subterráneo que tarde o temprano hace estallar a la dominación, aunque como nos advierte, para establecer una nueva relación de dominio. Así se hace la historia.
Así, lo que aparece teorizado en Siete ensayos sobre el siglo XX, se traduce en una brillante narrativa y densa interpretación de los alzamientos bolivianos de principios de este siglo o en una explicación histórica sobre la rebelión zapatista de 1994. La política subalterna aparece, en medio de la resistencia y la sublevación ante los poderosos, pero también como defensa ante el avance inexorable del capital y la mercantilización del mundo, en “El Tiempo del despojo”.
Porque en Gilly, desde siempre, está presente no sólo la lucha de clases sino la histórica configuración y comprensión del dominio del capital y los modos y formas diversas en que los pueblos, especialmente los indígenas mayas y los andinos han ido acomodándose para sobrevivir a esa expansión infinita del dinero. De ese clivaje se hace también su narrativa y explicación socio-histórica.
Hasta aquí, queda claro que la política de los subalternos cuando emerge de la resistencia centenaria, se vuelve irrupción, basada en sus modos y culturas como freno de emergencia de la historia, como un ya basta que detiene la ignominia, el abuso y la humillación sistemática. La política de los subalternos es una política salvaje, no por irracional sino porque desborda los límites que el poder mismo ha nombrado e institucionalizado como permisibles, es una política subterránea o una infrapolítica como dice James C. Scott, porque se hace a espaldas de los dominadores y en voz baja, casi inaudible para quien no sabe escuchar.
Aunque en historias clandestinas y en siete ensayos aparecen muchas más reflexiones que van más allá de la política de los subalternos, he querido hablar sólo de ella porque es a través de la comprensión de las resistencias ancestrales, del memorial de agravios históricos, del cepillar la historia a contrapelo desde donde Gilly teje un fino hilado histórico, cuyo material es la acción y la palabra de los de abajo.
Esa empatía e interpretación de los sentimientos e ideas de los campesinos me sorprendió en La revolución interrumpida; esa claridad de la construcción de una historia crítica me convenció en Historia ¿Para Qué?; la convincente conexión con los liderazgos y su raigambre popular en el Cardenismo, una utopía mexicana; esa fuerte reflexión teórica y analítica en Historia a contrapelo. Ese fino entramado histórico, de antagonismos, colonialismo y resistencia y mundo subalterno aparece de manera brillante en Historias Clandestinas y se despliega en el Siglo del relámpago, así como en el Tiempo del despojo.
Pero esa trayectoria de lecturas mías, iban atravesadas por el Gilly que yo miraba y conocía desde lejos: caminando con el neocardenismo y el zapatismo, con las luchas de los estudiantes, con el alzamiento boliviano, y también, con la lucha por libertad y justicia para los presos de Atenco, donde tuve el honor de trabajar junto a él y junto a los pueblos de las orillas del lago de Texcoco o con el #YoSoy132. Ambas trayectorias, junto a mi propia experiencia, hicieron que la obra de Adolfo Gilly y su lectura, me dijera cosas que yo intuía y que parecía que sabía desde siempre, porque su capacidad inmensa de comprender la política de los subalternos, está forjada, como he dicho, por su andar con las luchas de abajo.
Para quien lea la obra de Adolfo Gilly no revisará la obra de un autor, ni sólo una visión teórica de la rebelión, la resistencia y la revolución, sino que encontrará cómo se fragua la historia vista desde abajo, porque Gilly es un hacedor de historias cuya argamasa es la política de los subalternos: las luchas de los de abajo siempre contradictorias, siempre inconclusas, siempre limitadas, pero siempre iluminadoras del mañana.
Gracias maestro Gilly por cepillar la historia a contrapelo y por hacerlo como no podría ser de otra forma: sino es que luchando. Y de historia en historia, ayudarnos siempre a forjar la esperanza y la rabia. Y esa historia la suya, siempre quedará en la memoria y la política de los subalternos.