Las rebeliones de las últimas décadas en el mundo —desde Chiapas hasta Buenos Aires, desde Tesalónica hasta la Puerta del Sol— así como los colapsos económicos provocados por el neoliberalismo, trajeron consigo numerosos antagonismos, pero también una constelación de prácticas desde abajo para gestionar y reproducir la vida en común. Desde fábricas autogestionadas, hasta juntas de buen gobierno, desde sistemas colectivos de gestión del agua hasta redes de trueque y radios comunitarias, pasando por agrovillas y tierras recuperadas.
La crisis del desempleo, la carestía, la precariedad o bien la crisis de la seguridad social en ocasiones son afrontadas desde abajo con auto-organización. Muchas de estas prácticas son efímeras o discontinuas, a veces reducidas a la sobrevivencia en medio de las asfixiantes dinámicas de mercado, cruzadas por históricas formas de dominación y por la ausencia coyuntural o permanente del Estado como organizador de la vida social. Otras de estas prácticas son ya tramas instituidas que perduran, evolucionando como verdaderas formas de autogobierno, autonomía, autogestión o poder popular.
En tiempos extraordinarios de rebelión y protesta, o en tiempos ordinarios de exclusión y pobreza, de vez en vez, cuando la gente común y corriente se organiza de manera autónoma para sobrevivir material y simbólicamente en colectivo, emerge una politicidad “otra”, esto es, una política de las clases subalternas que habilita, recupera o actualiza para sí, el control de la reproducción social: recuperar la dirección y gobierno de lo social de manera directa es otra forma de lo político. [2]
Muchas de estas iniciativas, sectores, colectividades y agrupaciones defienden su independencia de los partidos políticos o de la política estatal; algunos reivindican la autonomía como horizonte de emancipación. Pero aquí más que sus discursos y conceptos, nos interesa destacar las prácticas reales que permiten a sujetos colectivos, comenzar a sostener su reproducción material e inmaterial, dirigida parcial o totalmente por sí mismos. Es un tipo de politicidad obstinada en liberar la potencia de lo social, es decir, autonomizarla de las formas del capital y el Estado, pero también de otras formas de dominación patriarcal-coloniales.
Es una política que le da centralidad a la autodeterminación del sujeto colectivo buscando el gobierno de sí mismos de manera autónoma, en contraste con el gobierno sobre otros, horizonte de la política estatal. Ese campo de politicidad, puede organizarse de muchos modos y formas. La comunidad es una de las formas posibles de la autonomía política entendida ésta, precisamente, como la dirección y gobierno de lo social recuperada por las clases subalternas.[3]
En América Latina, numerosos sujetos sociales movilizan y organizan lógicas de subsistencia que hay en los entramados familiares e interfamiliares o las lógicas de apoyo mutuo que existen en ciertos sectores populares o campesinos hacia formas de acción colectiva que son un modo de asegurar la reproducción social en colectivo. Podríamos llamarlos movimientos de la reproducción. Muchos de ellos, encabezados por los campesindios —como los llama Armando Bartra[4]— producen, actualizan, reactivan o forman relaciones comunales como estrategias de lucha.
El fundamento de la potencia comunitaria, se encuentra en la unidad de trabajo colectivo, deber y autoridad que emerge de los entramados familiares e interfamiliares para sobrevivir en común. Reproducir la vida de otro modo requiere de la participación y decisión de todas y todos. Es una esfera comunal, restringida a los asuntos propios, pero que involucra a cada uno de quienes integran la forma comunidad. No es una política de expertos, ni delegada, sino una politicidad colectiva directa de obligaciones y deliberaciones para afrontar y asegurar la vida en la comunidad.
En ocasiones, construir comunidad es una vía de emancipación social y una forma de asegurar la vida en colectivo pero también un modo de ejercer el poder desde abajo. Es la política que requiere tiempo para cooperar, debatir, negociar los conflictos y desacuerdos en torno de la gestión de lo común. La potencia comunal es la capacidad desde abajo para organizar y conducir la reproducción de la vida de otro modo. Por supuesto, como cualquier otra política, la política comunitaria está cruzada por asimetrías, contradicciones, formas patriarcales, conflictos, jerarquías, agonismos y lucha por el poder.
Si se reconoce este enorme campo de movimientos de la reproducción y sus distintas formas de construir poder y comunidad como otro modo de lo político, a través de su praxis, podemos ubicar más claramente su horizonte dentro de las izquierdas. Las prácticas reales de muchos de estos movimientos reproductivos desbordan lo que se conoce como pensamiento autonomista y/o comunalista; por supuesto, no pueden reducirse al pensamiento de teóricos, intelectuales o investigadores que adscriben a esas identidades políticas.
Estos movimientos, en los hechos, organizan otras formas del trabajo de la tierra, de la gestión de la producción, la distribución de los recursos y cuestionan las formas disciplinarias del capital para subordinar al trabajo. El trabajo comunitario, basado en el tequio, la mano vuelta, la minga o en la faena colectiva, organiza la labor familiar e interfamiliar para satisfacer necesidades comunes y no para la máxima ganancia. El trabajo organizado directamente por los productores o los comuneros habla de las capacidades de los de abajo para tomar en sus manos la producción material y cuestiona el productivismo fabril y taylorizado del control corporativo.
En numerosos procesos sociales, las necesidades reproductivas y de cuidado son organizadas colectivamente, especialmente la educación y salud colectivas. En la gestión directa de los procesos escolarizados y no formales de enseñanza y aprendizaje, muchos de estos movimientos critican las bases epistémicas por las que estas prácticas se realizan desde las instituciones. Cuestionan los saberes hegemónicos, las pedagogías verticales, la exclusión de los saberes populares y tradicionales y demuestran en la práctica que las comunidades pueden dirigir y ejecutar procesos de educación y salud colectiva desde otras miradas y formas organizativas, más allá de las lógicas de los servicios estatales. Una experiencia urbana que aglutina a miles de familias en la gestión comunitaria del habitar en común es la Organización Popular Francisco Villa de Izquierda Independiente en el oriente de la Ciudad de México, quienes han logrado constituir verdaderas comunidades urbanas.
Al cuidado comunitario de la educación y la salud, hay que agregar la seguridad, la protección y hasta la defensa en contextos de violencia criminal o la guerra. Los procesos de Cherán en Michoacán y sus rondas comunales dirigidas por un Consejo Mayor, o el Consejo Regional Indígena de Colombia (CRIC) constituyen exitosas estructuras colectivas de protección de la vida.
Desde las comunidades campesindias, muchas veces, se revalorizan los biosaberes sobre los ecosistemas locales, se despliegan procesos de gestión colectiva de los bienes naturales como los bosques, los bienes marítimos o el agua; en estos últimos, la gestión colectiva de la Coordinadora de Pueblos en Defensa del Agua (COPUDA) en los valles centrales de Oaxaca, o las juntas del agua ecuatorianas son sólo ejemplos de un universo de procesos comunitarios de gobierno de los bienes naturales.
De algunos de esos movimientos y en especial de la intelectualidad kichwa-ecuatoriana y aymara-boliviana se han construido los grandes aportes del sumak kawsay y el suma qamaña, que cuestionan las relaciones hombre-naturaleza tal y como las conocemos. Muchas estas comunidades defienden y/o practican la agroecología y señalan a las grandes corporaciones de la agroindustria; sus prácticas en la tierra tratan de alejarse de esas formas productivas basadas en la máxima ganancia y su instrumental y depredadora forma de relación con la naturaleza. Destaca por supuesto en este temas las miles de agrovillas del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra del Brasil.
Los procesos sociopolíticos más avanzados, constituyen tramas autogubernativas: verdaderas formas de gobierno desde abajo, que implican que los sujetos populares se autoinstituyen en nuevas formas de poder. En el medio oriente, en Rojava, la expresión del confederalismo democrático o en México las juntas de buen gobierno zapatistas, demuestran la posibilidad de instituciones de autogobierno, de base comunal y municipal, democracia radical y extensión regional supra e intercomunitarios, que desbordan los conocidos límites de la democracia liberal. Otros procesos microlocales como los pequeños municipios y comunidades de Nahuatzen, San Felipe de los Herreros o Sevina, en Michoacán, emergen recientemente —no sin contradicciones— como procesos de autogobierno en construcción.
La acción de esta constelación de “movimientos de la reproducción” bien pueden caracterizarse como una “estrategia intersticial” de transformación social. Eric Olin Wright[5] denomina intersticial a los procesos que se dan en los espacios y grietas dentro de alguna estructura social dominante de poder, cuyo propósito es imponer una transformación fundamental del sistema como un todo. Todo ello a través de la construcción de instituciones alternativas y fomentar deliberadamente formas nuevas de relaciones sociales.
La política de recuperación de la dirección de la reproducción social, la política comunal y autonomista, o la estrategia intersticial, no son reconocidas como formalmente políticas ni como estratégicas por las visiones más estatalistas y vanguardistas de la izquierda tradicional. La tarea del pensamiento crítico sin embargo, es reconocer y comprender tanto la potencialidad como los límites de las diversas posiciones y caminos que las clases subalternas practican en los hechos. A la clásica estrategia rupturista de la izquierda revolucionaria, o al empleo del Estado como un campo de disputa de las posiciones colaboracionistas más moderadas, es indispensable reconocer que en las izquierdas existe otra estrategia a la que en efecto podemos llamar intersticial, comunal, autonomista o de construcción de poder desde abajo.
En los procesos que hemos mencionado existen muy distintas posiciones en torno del Estado y la relación que debe guardarse con los partidos políticos de izquierda o progresistas. En el MST de Brasil se impulsa una estrategia que Rebeca Tarlau denomina “adentro y contra el Estado” que colabora además activa, aunque críticamente, con el Partido de los Trabajadores. Del lado opuesto, el EZLN reivindica una independencia radical de los recursos estatales y de la política institucional de los partidos políticos. En medio de estos extremos muchas de estas experiencias van del colaboracionismo, a la independencia, de la co-gestión al autogobierno y la autonomía.
Pero todos estos movimientos de la reproducción, parecieran desplegar una estrategia con algunos paralelismos y semejanzas primordiales. La primera de ellas es que la emancipación social está protagonizada por las clases subalternas con la participación y organización directa de sus asuntos y necesidades comunes e inmediatas. Ello demuestra en los hechos la enorme capacidad política y auto-organizativa de los sectores populares como sujetos políticos por sí mismos y la potencia comunitaria para gestionar la vida social desde abajo.
Un segundo elemento es que las clases subalternas organizadas autónomamente, se enfrentan directa y cotidianamente a las fuerzas más depredadoras y corrosivas del mercado, chocando con los agentes corporativos, sufriendo los efectos de apropiación, despojo y explotación del capital en la naturaleza, luchando contra los procesos de dominación locales y regionales de las oligarquías, resistiendo a las violencias centrífugas desatadas por el capitalismo criminal o la guerra abierta. Es quizá por ello que, en parte, su visión tiende a una radicalidad tendencialmente antisistémica.
Por último, las prácticas sociales de reproducción de la vida que ejercen, las instituciones que construyen y el poder desde abajo que practican, muestran un cosmos de alternativas emancipatorias y de potencial superación y salida del capitalismo. Estas prácticas y sus perspectivas constituyen un “pluriverso”,[6] una matriz de alternativas. Procesos que embrionariamente, de manera limitada, contradictoria, incompleta, hablan de otros mundos posibles, más allá del capitalismo. Vistos desde cerca, parecen alternativas limitadas y focalizadas. Vistas en conjunto, son un movimiento antisistémico que cambia desde abajo al mundo.
Esta estrategia no se restringe o reduce a las exigencias, protestas o resistencia ante el Estado, aunque la incluye. Se centra en la emergencia de nuevos mundos en los intersticios del mundo dominante. Los movimientos reproductivos son por supuesto sujetos que luchan, pero son esencialmente también sujetos y procesos que priorizan al sujeto colectivo que se produce a sí mismo. El debate sobre la efectividad y viabilidad de esa estrategia desborda este texto. Quizá, la izquierda tradicional necesita reconocer al menos, su existencia y los aportes a la transformación que emanan de la potencia comunal.
Es por ello que si se nos pregunta el horizonte de los movimientos “autónomos”, “comunitarios”, “reproductivos” o “intersticiales”, tendríamos que decir que su estrategia se parece menos a la del estratega militar y la búsqueda de la hegemonía, y semeja más a la lenta y delicada cooperación para el cultivo o a los trabajos de cuidado y los afectos. Es decir, que su fortaleza radica en desplegar, en medio de la crisis civilizatoria que vivimos, una política para asegurar la reproducción de la vida humana y la emancipación.
[1] El autor es sociólogo. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales y Maestro en Estudios Latinoamericanos. Docente y activista. @cesarpinedar
[2] César Enrique Pineda, “Comunidad, autonomía y emancipación”, en Gaya Makaran, Pabel López y Juan Wahren (Coords.), Vuelta a la autonomía, Debates y experiencias para la emancipación social desde América Latibna, CIALC-UNAM, Bajo Tierra, El Colectivo, México, 2019.
[3] César Enrique Pineda, Política comunal y autonomía urbana. Mujeres de barrio produciendo lo común en Ciudad de México, FCPyS-UNAM-Bibliotopía, México, 2022. [en prensa]
[4] Armando Bartra, “De labores invisibles y rebeldías excéntricas”, en Raúl Ornelas y Daniel Inclán, Cuál es el futuro del capitalismo, Akal-UNAM, México, 2021.
[5] Eric Olin Wright, Construyendo utopías reales, Akal, España, 2014.
[6] Ashish Kothari, Ariel Salleh, Arturo Escobar, Federico Demaria, Alberto Acosta (coords.), Pluriverso. Un diccionario del posdesarrollo, Ikaria, Barcelona, 2019.